La festividad del apóstol Santiago ha quedado un poco oscurecida entre nosotros; pero sigue siendo el patrono de España y su sepulcro, en Compostela, sigue siendo meta de peregrinos de todo el mundo.
Santiago fue uno de los apóstoles más cercanos a Jesús. Formó parte de los cuatro primeros llamados, con su hermano Juan y los hermanos Simón y Andrés. Fue elegido como miembro de los Doce apóstoles y, entre ellos, formaba parte de los tres más íntimos de Jesús –Pedro, Juan y Santiago–, que lo acompañaron en la Transfiguración y en Getsemaní.
Cuando llega su fiesta, pienso si los españoles, en el fondo, no nos parecemos mucho a este apóstol galileo que fue el primero en entregar la vida por su Maestro.
Santiago, junto a su hermano Juan, deseó los primeros puestos junto a Jesús, quería ser importante en el grupo de los discípulos. ¿No ha sido esta, también, una constante de la Iglesia y la sociedad españolas? Ser la primera potencia, el país más católico y creyente, el primero entre los hijos de la Iglesia.
Por otro lado, Santiago, también junto a su hermano Juan, aparecen pidiendo permiso a Jesús para callar a los que no pensaban como ellos, a los que no eran de los suyos. En otra ocasión, cuando subían a Jerusalén, quisieron enviar fuego desde el cielo para castigar a una aldea que no había acogido a Jesús. El Maestro tuvo que regañarles, una vez más, para educar su ímpetu hacia el respeto y la misericordia.
La convicción tiene siempre la tentación del rechazo al que está equivocado, a veces, utilizando el poder o la violencia para ello. ¿Cómo estar convencidos y vivir la fe desde la raíz sin caer en la tentación del fundamentalismo y la imposición? Esta es la lección que tuvo que aprender Santiago y que, por siempre, deberemos seguir aprendiendo todos los discípulos.
Santiago es patrono de un cristianismo convencido y profundo, que está dispuesto a beber el cáliz de Cristo, a entregar la vida por él; pero es patrono, también, de un cristianismo en camino, que debe ser corregido por el Maestro, que debe buscar la conversión en todo. Una conversión que es moral, pero también humana y cristiana: aprender lo que es la fe y cómo se debe realizar la misión. Santiago es patrono de un cristianismo humilde que se sabe siempre discípulo y que está dispuesto a dejarse corregir siempre.
Por eso, no confunde la fe con la propia ideología, aunque sea religiosa; no confunde las propias tradiciones con la voluntad de Dios, ni las convicciones propias con la verdad del Evangelio. Ser creyente es ser discípulo, seguidor del Maestro: él conoce el camino, nosotros debemos aprenderlo tras sus huellas.
Tal vez, deberíamos interpretar desde aquí el Camino de Santiago: estamos en camino con Santiago; aprendiendo, creciendo, corrigiéndonos, sin pensar que estamos ya en la meta, por delante de los demás. Somos compañeros de camino junto a los hermanos, todos discípulos, todos necesitados de aprender del único Maestro.
A menudo, podemos pensar que el patronazgo de Santiago sobre España tiene que ver con tiempos pasados, en los que la Iglesia era más significativa y la sociedad parecía vivir más según los principios del Evangelio. Pero Santiago tuvo que aprender, con Jesús, a vivir en una sociedad que no los comprendía y llegó a crucificar al Maestro. Santiago, que quería ser primero en el Reino, fue el primero en el martirio, dando la vida por Jesús.
Santiago, por tanto, es patrono también de un cristianismo en misión, que vive en una sociedad con unos principios alejados del Evangelio. Una fe recia, como la de nuestros santos de antaño, es una fe convencida en medio de la dificultad, que no se arredra ante los fracasos, que sigue sembrando a pesar de todo.
Desde los días de Jesús de Nazaret, el cristianismo es semilla humilde que va dando fruto a pesar de las dificultades del ambiente. Hoy, en España, Santiago acompaña nuestro reto de ser cristianos convencidos y misioneros, aprendiendo del Maestro cómo sembrar el Reino en esta sociedad en que vivimos.
Manuel Pérez Tendero