¿Cuál sería el país más poderoso en nuestros días? ¿Cuál lo será en unos años?
¿Coincide ese país con el más sabio, el más desarrollado desde el punto de vista del humanismo? ¿Coincide, a su vez, con el de mayor bienestar?
Cuando hablamos de bienestar siempre miramos a los países escandinavos, que no son los más poderosos; por otro lado, el bienestar tampoco debe de ser lo mismo que la felicidad: esos países son también los que registran mayor índice de suicidios…
El antiguo Israel tenía conciencia de ser el país más sabio entre todos los pueblos. Un fuerte atrevimiento, al ser vecinos de las dos potencias culturas más importantes de la antigüedad: Egipto y las civilizaciones de Mesopotamia. Después, llegarían los griegos, pero Israel seguiría afirmándose en la seguridad de ser el pueblo más sabio de la tierra. Pasados los siglos, es posible que muchos aceptaran como cierta esa afirmación.
Lo importante es la razón por la que Israel se considera un pueblo sabio y, además, poderoso. Los criterios para este ranking tan especial es lo que nos llama la atención.
Dos son las razones fundamentales, expresadas de forma clara en el libro del Deuteronomio, por las que Israel se considera el pueblo más poderoso y grande en medio de las potencias: su Dios es un Dios cercano, a diferencia de los dioses de las demás naciones; por otro lado, las leyes de este pueblo –dadas por ese mismo Dios a través de Moisés– son las más justas de todas las leyes.
Una religiosidad de la cercanía y un derecho basado en la justicia: ahí radican los dos motivos por los que Israel se sabe fuerte y especial, una nación sabia e inteligente. Desde el punto de vista histórico, desde los frutos de aquellas palabras, podemos afirmar que el Deuteronomio llevaba razón.
Volviendo la mirada a nuestra propia realidad, podemos preguntarnos si nuestro país es también una nación grande. ¿Qué estamos aportando a la humanidad en el presente y a las generaciones futuras? ¿Somos un pueblo inteligente? La respuesta a estas preguntas dependerá mucho de los criterios que utilicemos.
Si dejamos que los criterios de Israel iluminen por un momento nuestra respuesta, sería interesante nuestra reflexión.
¿Cómo son nuestras leyes? ¿Fomentan la justicia o la ideología? ¿Protegen la libertad o la persiguen? ¿Propician una sociedad madura, responsable, esforzada, unida, con valores profundos y duraderos?
Creo que, con los criterios del antiguo Israel, no estaríamos entre las naciones más inteligentes de la tierra. Creo, además, que los frutos de esta falta de inteligencia y sabiduría ya se van viendo en nuestra sociedad y aparecerán muy pronto de forma multiplicada y, tal vez, irreversible.
Creo que abundan entre nosotros, al menos eso parece, personas más preocupadas por su ideología que por la justicia y el bien común; personas a las que les mueven los tópicos más que los problemas y las inquietudes de las personas reales.
Junto a la justicia de las leyes, está la religiosidad de sus miembros. Es el segundo criterio bíblico para discernir naciones. ¿Qué religiosidad se va construyendo en España? A veces, parece que nos acercamos mucho a lo que los antiguos profetas criticaban como sincretismo: todo vale y nada es, en el fondo, verdad. Dios no parece ser alguien real y cercano, sino un símbolo que usamos a nuestra conveniencia: también queremos que él forme parte del juego de nuestro bienestar. Pero Dios no es así.
La religiosidad antigua tenía que ver con los profetas y los creadores de opinión. Hoy, tendría que ver con nuestros medios de comunicación. Para comprobar el nivel de sabiduría de nuestra sociedad es suficiente con encender la televisión y comprobar los programas más seguidos por nuestros conciudadanos.
Lo que nuestros nuevos profetas producen y lo que la masa de la sociedad solicita es un signo claro de la grandeza y la inteligencia de nuestra nación.
No sé si es casualidad que, en la época en la que España fue grande entre las naciones, la religiosidad de su pueblo era recia y la justicia de sus leyes brillaba entre todos los países, con universidades punteras en la enseñanza del Derecho.
No sé si los dos criterios bíblicos son válidos para analizar nuestra grandeza y sabiduría, pero es interesante dejarse interrogar.
Manuel Pérez Tendero