Los primeros días de julio están marcados en algunos pueblos por la devoción a san Cristóbal. En muchas catedrales se pueden admirar, todavía hoy, esas grandes pinturas de san Cristóbal portando al niño para atravesar un río: en su servicio a los caminantes se produjo su encuentro con Jesucristo.
Por este motivo, san Cristóbal –literalmente, «el que porta a Cristo»– es el patrono de los conductores y el gran protector de nuestros caminos. El primer fin de semana de julio, por ello, está dedicada a la Jornada de la responsabilidad en el tráfico.
Dirían los sabios de Israel que el gran arte del hombre es saber conducirse por los caminos de la vida; una de las dimensiones fundamentales de este camino es la forma de caminar y de conducir, físicamente, en nuestros desplazamientos.
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Cada Jornada se elige un lema que sirva de fondo y de tema para la reflexión. Este año, el lema es profundamente cristiano: «María se puso en camino». Se trata de una expresión del evangelio según san Lucas cuando, después de la Anunciación, María se dirigió a la región de Judá para visitar a su prima Isabel, embarazada de Juan.
María es modelo de caminante y de conductor.
Pero me gustaría subrayar otra dimensión, física y espiritual, que no debe olvidarse a la hora de reflexionar sobre nuestra responsabilidad en el tráfico.
Si es fundamental aprender a caminar y tomar los caminos acertados, no lo es menos el que existan caminos transitables por los que podemos llegar a la meta. En el cristianismo, confesamos que el hijo de María es Dios mismo que se ha hecho camino para que podamos acceder a Dios, para que acertemos en las decisiones concretas de la vida.
Jesús es el Buen Pastor que guía nuestros caminos y nos acompaña en las dificultades; pero también es camino mismo que debemos recorrer para realizarnos como seres humanos y para tener acceso a la meta para la que hemos sido creados: el Padre y su amor eterno.
No es suficiente la responsabilidad del conductor y su prudencia: es necesario el camino para encontrar la meta.
Sucede lo mismo en el ámbito físico de nuestras carreteras e infraestructuras. Creo que, a la responsabilidad de los conductores, se debe unir la responsabilidad de los dirigentes, de aquellos que deben «abrir caminos», construir carreteras y velar por la seguridad de los que viajan.
Hace muchos años, me decía un conductor de autobús que, cada curva peligrosa con un límite de velocidad reducido, era un fracaso de las autoridades: deberían enderezar esa carretera que, por su inacción, podría resultar peligrosa. Creo que era exagerada la opinión de aquel conductor; pero, tal vez, no le faltara cierto grado de razón.
A mí también me llama la atención que, cuando una carretera está en mal estado, se ponen límites de velocidad muy reducidos que, si se incumplen, van acompañados de sustanciosas multas. Esto es especialmente llamativo cuando esa situación se prolonga durante años en ciertas carreteras.
En este caso, aunque habría que contar con muchos matices y circunstancias, parece que la autoridad competente, no solo no cumple con su obligación de arreglar la carretera, sino que pena duramente a los que tienen necesidad de pasar por ella.
Se ve que no es fácil la gestión del dinero, que no resulta sencillo decidir hacia dónde deben dirigirse las inversiones; pero quien acepta responsabilidades debe asumir responsabilidades, también en el ámbito del tráfico. Facilitar a los demás el camino –«enderezar las sendas tortuosas», que diría el profeta–, mejorar las vías de comunicación, es un servicio inestimable que los ciudadanos merecen para poder, también ellos, ejercer su responsabilidad en los caminos físicos y humanos de la vida.
Manuel Pérez Tendero