“El camino es superior a tus fuerzas”. ¿Quién no ha vivido como propias estas palabras del ángel de Dios al profeta Elías?
Una princesa fenicia, Jezabel, se ha convertido en reina de Israel y está fomentando los cultos cananeos en el pueblo de la alianza. Elías, como los demás profetas, tiene la misión de educar al pueblo en una religiosidad limpia de sincretismos, sin componendas, con verdad y coherencia. El rey no es fiel a su papel como jefe del pueblo elegido, tampoco está siendo justo con los desfavorecidos. El profeta no calla: denuncia al rey y al pueblo, lucha por la fidelidad a la alianza.
Por todo ello, Elías es perseguido por la reina Jezabel. El profeta huye hacia el sur, camino del desierto. En su huida, pretende también peregrinar al Horeb, el monte de Moisés, el comienzo de todo: Elías pretende tomar fuerzas en los orígenes del pueblo, en el lugar de su fundación, allí donde fueron entregadas las leyes y todo Israel se comprometió a servir a un solo Dios.
Pero el camino es largo, el profeta se cansa de huir. Es largo y difícil el camino físico hasta el monte de Dios; pero es aún más largo y complicado el camino de su propia vocación, el ejercicio de la misión de profeta ante un pueblo que no le hace caso y un rey que le persigue.
Camino del desierto –según la tradición en el wadi Qelt, entre Jerusalén y Jericó–, Elías se sienta bajo una retama y se desea la muerte. Reza a Dios para que tome su vida porque las dificultades desbordan sus fuerzas y el fruto no llega.
La experiencia de Elías se parece, también en esto, a la experiencia de Moisés. Camino de la tierra prometida, cuando el pueblo se cansa del maná y exige comida y carne, Moisés reza a Dios como Elías y desea la muerte: la misión es superior a sus fuerzas, no puede cargar con el peso de todo el pueblo, no puede soportar más sus quejas y exigencias.
Esta experiencia del legislador y el profeta será también vivida por otros personajes de la historia bíblica. Jonás, después de predicar la destrucción de Nínive, como ve que no se cumple su predicción, se sienta bajo un ricino y se desea la muerte: Dios está jugando con él, su misión profética le hace quedar en ridículo.
Moisés y los profetas Elías y Jonás se desean la muerte porque se ven desbordados por la tarea: la vocación, la misión que Dios les ha dado, es causa de frustración y se vive en el fracaso.
En el caso de Job, la misma experiencia es vivida desde otras claves. También el santo Job se desea la muerte, pero no por la misión, sino por la propia experiencia de dolor y sufrimiento que irrumpe en su vida llena de justicia y buenas obras. El dolor intenso, vivido en el silencio de Dios, se convierte en una carga insoportable: es preferible morir, es preferible no haber existido nunca.
La experiencia del paciente Job se repite en un justo que vivió otros tiempos y en otros lugares: Tobit, el desterrado justo, lleno de obras de misericordia, que ve pagada su bondad con persecuciones y una ceguera casual, que le llega sin ningún sentido. La mujer de Tobit, como la esposa de Job, invitan a sus maridos a aceptar la desgracia, maldecir a Dios y morir antes de sufrir.
Pero la muerte no será la solución en ninguno de estos cinco casos. Dios actúa en el límite y abre horizontes nuevos a una existencia sufriente y a una misión infecunda.
No sé si nuestra propia experiencia se parece más a la de Elías, Moisés y Jonás, o se parece, más bien, a la de Job y Tobit. No sé si nos faltan las fuerzas, sobre todo, por el sufrimiento existencial o por una tarea que iniciamos con ilusión pero se ha llenado de dificultades y se ha vaciado de frutos.
Creo que todos los seres humanos, al menos a cierta edad, se han planteado si tiene sentido la vida; si tiene sentido, ante todo, su propia vida.
Como a Elías, el ángel nos presenta el pan de Dios y nos invita a comer: solos no podemos, necesitamos su ayuda, su presencia, su palabra, su cariño, su pan.
Cada semana, el primer día, nos ponemos en camino para recibir de manos del enviado de Dios un pan de fortaleza que hace posible seguir caminando más allá de la frustración y el dolor. La vida sigue siendo dolorosa, la tarea sigue desbordando nuestras fuerzas, pero tenemos pan, hemos comido y es posible avanzar: el fruto llegará y el sufrimiento tendrá su recompensa.
Manuel Pérez Tendero