La canción de cuna de Dios

La catequesis base de este belén puede leerse en la hoja que acompaña su contemplación y que hace referencia central a Is. 41,13-20, que adjunta el comentario de Papa Francisco; pero además, atenderemos las indicaciones de los realizadores del belén acerca de la disposición de las figuras, el entorno…

Yo, modestamente solo quiero ayudar a que esa contemplación de la ternura sea más fácil, aunque tenga que resaltar la evidencia de lo que muestra tan clara y limpiamente como el agua.


En el espacio de la capilla Bautismal se desarrolla la historia de este XXVI belén, abriéndose como el ala derecha del presbiterio y del altar, aunque por exigencias de la piedra, haya una pared que limite y que la imaginación ha sabido hacer parte del paisaje. Un cielo de blanca inocencia, una noche azulada que difunde la discreta luz de las luminarias, cayendo sobre la agreste pero armónica urbanización del Belén de entonces y de ahora.

Como una especie de “sueño de Jacob”, la panorámica se configura como una serie de siete escalones, animados por las corrientes de agua viva que descienden de las alturas y que nos recuerdan esos rápidos y cortos “wadis” (arroyos) que recorren tan abundantemente la tierra natal de Jesús, y que la cultura del pueblo israelita de aquellos/ estos años, ha sabido humanizar. Realismo representativo, fidelidad al hecho geográfico. Minicatequesis de autenticidad. Lo que no impide que nos recuerde los blancos pueblitos de las serranías meridionales españolas y castellano-manchegos. Incluso al fondo, a la derecha en el nivel más alejado del “Misterio” central, parece adivinarse el alminar de nuestra torre de Santiago.

A partir del escalón central, como una inmensa “Y” que quisiera unir todos los extremos, se va abriendo el relieve, entre dos vías, hasta desembocar en la “gran pradera” que conduce en la llanura hasta esa sencilla y fidelísima “tienda de pastores” en la que Dios se plantó de esta humana e infantil manera, última etapa de su camino entre nosotros: El Camino de nuestros caminos, que peregrina con un pueblo, a la manera del pueblo, y que ha preferido la cultura de la pobreza, de las periferias, a las comodidades de lo urbano.

Esa “escalera de Jacob” desplegada ante nosotros, en la que cada escalón está ocupado por espacios diferenciados: a los pies del poder y de la historia pasada, la infancia, en una plaza con su fuente de caños, convierte en juego los tiempos. Un escalón más abajo, la noria de esos tiempos va sacando el agua, que como una oración, vivificará el pasado y el futuro. Este espacio está lleno de pequeños detalles que amenizan el entorno y cuya iluminación contrasta con la de cada escalón. Obsérvese esa aurora boreal sobre la cueva superior que en la izquierda- nuestro occidente- intenta iluminar los profundos barrancos del sentido por donde corre también el agua de las acequias.

La sorpresa del agua que sabe encontrar caminos donde apenas existen y que son lenguaje de vida entre el silencio de las rocas, en cascadas de conversación de brillos y de vientos, ya cerca del lenguaje de la tienda del Verbo infante, con quien la rumorosidad de la naturaleza se hace lenguaje de articulada comprensión sobrenatural.

También ese rumor de ángeles, se deja ver entre las frondas de la derecha- nuestro oriente- y el anuncio a quienes viven fuera de lo urbano, entre los animales que mansamente originan la calma de nuestra hambre y sed, nos confirma en la valentía y en la alegría sin intermediarios ni negociantes. En este caso: “el ángel es el medio”. “El mensaje: la humanidad de Dios encarnado”. Al margen de todo orden social, al margen de sus lógicas, pero ya no fuera de sus serviles condiciones.

Los ángeles marcan los límites de la escenografía, entre el estrechamiento de los contrafuertes de la capilla, se va extendiendo hacia el deambulatorio, el espacio de la intimidad recién estrenada: UNA SENCILLA FAMILIA DE NÓMADAS abre su provisorio hogar a la visita y la contemplación gratuita de sus personas, al calor de los animales, a la acogida de los que no duermen porque velan sus ganados. “Toda carne lo verá”. Al relente de la noche, que se hace luz en torno al cuerpecito del niño adorado, del Hombre Nuevo QUE HA VENIDO PARA QUE TODOS TENGAN VIDA ABUNDANTE. ¿Quién se atreverá a volverle la espalda, a apartar su mirada de la paz que irradia? Todo se ha convertido en camino. No hay sentido que no desemboque en tal verdad.

Los apriscos quedan solos ante el “Pastorcico de los pastores,” el “Cordero de Dios”; todos señalan vigorosamente a quien pone alma de infancia a toda la creación. “Por el camino que va hacia Belén” “Por el camino que va hasta Belén”. Todo “se echa al camino”. Sube y baja y se queda.

El belén, como una estrella que viene del oriente, en diagonal, nos pone ante la vista, en las dimensiones de su figuratividad creciente, el núcleo ardiente de su ser: el corazón del misterio, y todo lo demás es estela. En el lado de nuestro corazón y sus estelas, la flauta del pastorcillo que anima el silencio de la inaudita presencia de una familia hecha desde Dios, con Dios para gloria y salvación del hombre, de todo hombre, en cualquier lugar de ese inmenso corazón que es el universo y que aquí, en nuestro belencico, se ha querido hacer imagen que acompañe nuestra fe, desde el Principio. Jacob ya no tendrá que luchar ni soñar para comprender la verdad. Jacob es ya Jesús.

Vicente Ruíz Blanco.