La humanidad vive momentos dramáticos de violencia que se multiplica. No es la primera vez, por desgracia. Muchas son las reacciones y propuestas ante esta situación. Se invoca la oración, la firmeza en las respuestas, la policía, el ejército, el perdón, la educación… Una de las preguntas que uno se vuelve a hacer en estos momentos es si el mal no es una realidad que sobrepasa lo humano. La violencia desatada, tal vez, no es solo un fenómeno inhumano, sino fruto de una maldad sobrehumana.
Un amigo comentaba esta semana que sería interesante volver a retomar la propuesta del papa Benedicto XVI en su discurso en la universidad de Ratisbona, hace ahora nueve años. Fue muy criticado por los medios de comunicación occidentales en una supuesta defensa de los intereses del mundo musulmán. Pero el desafío del papa se dirigía, ante todo, a la razón occidental, en el corazón de la universidad europea. “La afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”. ¿Esto vale solamente para el pensamiento griego, para una tradición de la humanidad, o vale siempre y por sí mismo?
Es fundamental un diálogo en el interior de las religiones: ¿Cuál es la razonabilidad de la religión? ¿Qué aporta la religión –en concreto el cristianismo, sugería el papa– al enriquecimiento de la razón? En muchas religiones –también en algunas tradiciones del cristianismo– se sugiere que la trascendencia de Dios es tal que llega la ruptura con nuestra forma de razonar. Es el planteamiento voluntarista: Dios no estaría vinculado ni siquiera con la verdad y la bondad. Si esto fuera verdad, este Dios-Arbitrio podría actuar de cualquier manera y pedir a sus fieles que también lo hagan así.
La razón moderna, en Occidente, ha decidido romper con la religión, apartarla en el mundo de la subcultura y en el ámbito de lo emocional. ¿Cómo, entonces, estará capacitada para dialogar con esa religión a la que ha humillado e ignorado? ¿No la está empujando al mundo de lo irracional? Una racionalidad sin trascendencia y una religiosidad sin racionalidad: ¿no nos aboca esto a un mundo sin diálogo? ¿No estamos abonando el campo para la irrupción de radicalismos y fanatismos?
La dialéctica, al final, se hace carne en la violencia. La lucha de clases, propugnada antaño por los revolucionarios, se ha extendido a la lucha entre sexos y culturas. Vivimos bajo el signo de una quiebra en la humanidad. Necesitamos diálogo en todos los ámbitos de la sociedad, también en el ámbito de la razón, en la hondura de los principios. No se trata solamente de llegar a compromisos fugaces y pactos de conveniencia: es necesario pensar, dialogar sobre las razones y los fundamentos. Es imprescindible escuchar al otro y sus razones, para poder argüir, abrir horizontes nuevos, proponer.
El papa Benedicto se atrevía a sugerir que la universidad, surgida en Europa como signo de diálogo, de razón que busca, sea lugar adecuado para este encuentro profundo del hombre y sus culturas.
A veces, da la impresión de que la universidad, precisamente en Europa, se está convirtiendo cada vez más en una escuela de capacitación técnica para los distintos oficios que las empresas van a demandar mañana a los estudiantes. Puro mercado. La razón al servicio de lo práctico y lo inmediato.
¿De dónde, entonces, surgirán los interrogantes que siempre han preocupado al hombre? ¿Dónde educaremos nuestra capacidad más profunda de razonar y escuchar las razones del otro?
La violencia que sufrimos es otro de los signos de nuestra sociedad mundial rota y nuestra civilización en decadencia. Es importante construir la casa común también desde los cimientos.
Manuel Pérez Tendero