“Sembrar cizaña” es una expresión común entre nosotros que proviene de una parábola de Jesús. El dueño de un campo sembró semilla buena en su terreno; pero, por la noche, el enemigo sembró cizaña en su campo. Con el tiempo, la cizaña empezó a brotar junto con el trigo. La primera pregunta de los criados es sobre el origen: “Señor, ¿de dónde sale la cizaña si tú sembraste semilla buena?”
El bien y el mal siguen conviviendo en la historia. En estos últimos días, parece que la cizaña se ha multiplicado de forma creciente. “¿De dónde?”, es la pregunta que los siervos le hacemos a nuestro Señor. ¿Por qué? ¿Cuál es el origen de tanto mal, del mal que produce el ser humano? ¿No fue el mismo Dueño de la historia quien modeló el corazón del hombre y sembró, también en él, semilla buena?
En la parábola, el dueño responde: “Un enemigo lo ha hecho”. Existe, desde la perspectiva bíblica, un origen personal en el misterio del mal. En la explicación posterior de la parábola, en casa, Jesús pone nombre a este enemigo: el diablo. La cizaña que crece es identificada con los partidarios del Maligno.
¿Es esto cierto? ¿No será el Nuevo Testamento, y la misma idea de Jesús, fruto de una concepción mítica y caducada del misterio del hombre y de la historia? El mal existe, qué duda cabe; pero, ¿cuál es su origen? ¿Es solo cuestión de un conjunto de personas con el corazón torcido? De su origen brota también el misterio de su solución: ¿se puede erradicar el mal, sin más, con buenas intenciones, cambiando el rumbo que lo originó? ¿No tenemos la impresión, más bien, que se nos va de las manos muchas veces, que nos desborda?
La parábola de la cizaña se puede aplicar también de forma individual: en cada uno de nosotros existe la buena semilla y la cizaña; pero no es esta la perspectiva original de la parábola, sino el sentido histórico, social. Existe el mal, existe una libertad que quiere el mal, que toma decisiones para hacer daño al hombre, para sembrar división y dolor, para que haya muerte y se quiebre la esperanza.
La segunda pregunta que surge en la parábola es sobre la erradicación de la cizaña: “¿Quieres que la arranquemos?”, preguntan los criados al amo. Él responde de forma negativa, porque se podría perder también el trigo. Se debe dejar que crezcan juntos hasta el final. Allí, aparecen unos nuevos personajes: los segadores. Ellos hacen la cosecha del trigo para el amo y arrancan la cizaña para arrojarla al fuego. Aunque la parábola no lo dice, podríamos pensar que los siervos no serían capaces de arrancar toda la cizaña; pero el amo, sí. Una pregunta que surge siempre en la historia a Aquel que la conduce con sabiduría es: “¿Por qué permites que el mal crezca?” Además de preguntar por su pasado, por su origen, nos preguntamos por el presente, por el dolor que el mal nos sigue causando: ¿no puede Dios en su poder acabar con él? Al menos, que nos deje intentarlo a nosotros…
En la respuesta de la parábola hay mucha sabiduría: crecen demasiado juntos el trigo y la cizaña, es imposible quitar uno sin dañar al otro. El maniqueísmo ha pretendido siempre separar con nitidez ambas dimensiones y, a la larga, termina por considerar cizaña casi todo lo sembrado.
Pertenece a la historia de este mundo la ambigüedad moral, la coexistencia del bien y el mal. Dios se empeña, con los hombres, en hacer que prevalezca el bien, que no domine la cizaña; pero la solución final no llegará hasta el fin de los días.
De hecho, entre la parábola de la cizaña y su explicación, tenemos otras dos parábolas que nos ayudan a entenderla mejor: la semilla de mostaza y la levadura. Ambas nos recuerdan la importancia de lo pequeño que crece y se multiplica. Nadie conoce, ni siquiera el Maligno, todas las posibilidades de vida que tiene la semilla sembrada por Dios en nuestra historia. Hemos visto, en muchas ocasiones, el gran alcance que el mal puede llegar a tener, pero no sospechamos la fuerza muy superior del bien, aunque aparece siempre como realidad pequeña y frágil.
Ante tanto mal y tanta muerte que se multiplican a nuestro alrededor, buscamos la sabiduría del Maestro, nos interrogamos para poder comprender, actuar y acrecentar la esperanza.