Con dos ejemplos muy cotidianos expresa Jesús de Nazaret a sus discípulos la posición que desea para ellos en medio de la historia: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”.
La gran traición estaría en volverse sosos o en ocultarse. El discípulo no puede destruir su vinculación al Maestro, no puede perder el sabor: su presencia no ayudaría nada a los demás, sería masa en medio de la masa, no fermento ni sal.
Por otro lado, tampoco puede esconderse en una religiosidad privada y cómoda, construida con devociones personales que tienen como meta única la salvación individual.
La luz debe brillar, debe ser puesta en el candelero; no para ganar protagonismo, sino para iluminar a los demás.
En su última exhortación apostólica Amoris Laetitia, el papa Francisco pide a los matrimonios cristianos que pinten el gris del espacio público del color de la fraternidad. ¡La misión como obra de arte de un pintor que todo lo llena de belleza!