La otra España.

Finalizan los Juegos Olímpicos y dejan su huella en forma de medallas y emociones. Los Juegos sirven siempre para invitarnos a redescubrir otros deportes más allá del fútbol. Deportistas que se preparan en la sombra durante años, sin publicidad ni grandes presupuestos, sin baños de multitudes ni reconocimientos públicos. Ahí están sus resultados.

No es bueno mitificar nada, pero es gratificante comprobar que aún existe el amor por el deporte más allá de los presupuestos millonarios y el baño de masas.

Muchos españoles tenemos mucho que aprender de estos compatriotas nuestros que se convierten en ejemplo de disciplina y superación. En estos días, nos viene inmediata la imagen de los políticos; pero no son solo ellos los que tienen que aprender de nuestros deportistas.

En primer lugar, estos otros deportistas saben que es posible perder, y saben hacerlo felicitando a quienes les ha derrotado. Es reconfortante la imagen del abrazo final entre dos contrincantes que se ha repetido jornada tras jornada. Ganar no es humillar al contrario; perder no significa quedar herido en el resentimiento y la descalificación hacia quien ha ganado. De otra forma nos irían las cosas si aprendiéramos a competir, a ganar y a perder, de la mano de la mayoría de nuestros deportistas. Buscar ganar y saber perder: ahí está la clave de los grandes; saber ganar sin humillar a nadie.

Por otro lado, muchos deportistas españoles han sido ejemplo de superación. A menudo, cuando las cosas nos van bien, todo son ilusiones y proyectos; pero solemos caer en la tentación del desánimo cuando las cosas no salen según nuestros planes. La capacidad de sobreponerse es fundamental en la vida: nos lo ha vuelto a recordar el deporte en estas semanas. Perder un juego no significa perder el partido: se puede seguir luchando, se puede seguir creyendo. La preparación psicológica es tan importante como la preparación física para competir. Y para vivir.

La preparación a largo plazo: ahí radica, tal vez, la gran enseñanza de los deportistas que no están todos los días en nuestros medios de comunicación. Sembrar para largo: entrenamiento diario, renuncias, disciplina de vida, superación de lesiones y contratiempos. El reto principal no son los rivales, sino uno mismo y sus cansancios, la rutina, la falta de esperanza, la precipitación, la inmadurez de quien busca frutos inmediatos.

Cuando se lucha así, cuando se consigue llegar a la meta, el deportista consigue emocionarnos. Nos mueve el corazón, no sus pláticas demagógicas de promesas infundadas, no sus insultos hacia los contrarios, sino su esfuerzo, su persistencia, su fe, su entrega hasta el final. Por eso, a diferencia de otros colectivos –vuelvo a repetir que nos viene a la mente, en primer lugar, la clase política, pero la lección va más allá–, los deportistas emocionan positivamente y se convierten en modelos.

Emociona ver la medalla de oro de una mujer como Carolina Marín. Luchadora infatigable, sabiendo sobreponerse a cualquier decepción y contratiempo. Emociona que tenía un modelo en otro deportista: Rafael Nadal, compañero ahora de olimpíada. Las personas esforzadas y positivas se convierten en ejemplo a seguir. No porque ganen siempre, no porque sean estrellas o “galácticos”, sino porque son como nosotros y nos impulsan a trabajar con dedicación para superarnos.

No todo es enfrentamiento y decepción en nuestro país. No todo es descalificación y búsqueda de los propios intereses: hay también personas que se convierten en ejemplo a seguir para construir futuro. Humildad, dedicación, esfuerzo, disciplina. Ellos, entre otros, nos ayudan a mirar al futuro con esperanza.

Manuel Pérez Tendero