Las primeras palabras

Primero habló D. Antonio, nuestro obispo emérito; después, lo hizo el nuncio del papa Francisco. Más tarde, tras la lectura de las “Letras apostólicas”, por las que se reconoce el nombramiento de Don Gerardo como obispo de Ciudad Real, el nuevo obispo tomó posesión de su sede. Sus primeras palabras, introducidas por el solemne órgano de la catedral, fueron una invitación a todos a comenzar una oración: “¡Gloria a Dios en el cielo…!”

Es significativo que las primeras palabras oficiales en Ciudad Real del nuevo obispo hayan sido dirigidas a Dios para darle gloria. Y lo fueron, no como una alabanza individual de quien es muy creyente de forma personal, sino como una invitación del pastor para que todo el pueblo alabe a su Señor. Esta es una de las principales funciones del pastor: entonar el canto de alabanza para que todo el pueblo de Dios alabe con su voz y con su vida a Aquel que nos ha llamado a la vida, a la fe y a la misión.

Un poco antes, cuando se producía el gesto del cambio de sede, todos aplaudíamos; pero el coro nos daba el verdadero sentido de este aplauso. Cantaban: “Gloria y honor a ti, Señor Jesús”.

Ayer vivimos en Ciudad Real un acontecimiento religioso de primera importancia: el relevo del pastor de nuestra diócesis. Don Antonio, después de trece años de cercanía a todos, se marcha por edad; y llega Don Gerardo, desde Castilla, desde tierras del Camino para acompañar nuestro camino creyente en medio de nuestra sociedad manchega.

Fue también un acontecimiento social, porque la Iglesia vive en medio de la sociedad y quiere servirla desde el Evangelio, a cada persona.

Pero el protagonismo no estuvo en ningún agente social: no estuvo en los políticos ni en ninguna otra autoridad. Tampoco en el coro, que nos ayudó a orar y dio solemnidad e interioridad a nuestra celebración. No fueron los cardenales ni arzobispos los principales protagonistas, ni siquiera nuestros obispos: el que se va y el que llega. El protagonismo era de nuestro Señor, el Crucificado, en quien hemos creído, el que nos ha amado y redimido, el que nos ha llamado.

Esa es la misión del pastor, la misión del obispo: ser para la comunidad sacramento de que ella no es protagonista de su fe ni de su misión, sino el Señor.

Este protagonismo de Cristo en la Iglesia es también subrayado por el misterio de la comunión. Muchos obispos, muchos sacerdotes, muchas familias, seglares cristianos llegados de todos los rincones de nuestra diócesis; también desde Palencia y Soria. La Iglesia es, ante todo, comunión; en el presente, y a lo largo de la historia: por eso hay sucesión. Por eso fueron nombrados ayer –tantas veces– nuestros santos y mártires del pasado: santo Tomás de Villanueva, san Juan de Ávila, el obispo mártir beato narciso Estenaga…

Somos una comunión en el tiempo, somos fruto de la sucesión, somos transmisión de un amor que redime nuestro tiempo y nos lleva al presente de Dios que es salvación.

Y esta es también nuestra misión: salir más allá de las fronteras de nuestra propia comunidad para extender la comunión. Lo dijo también don Gerardo en su homilía.

Toda la Iglesia celebra este domingo el misterio de la Santísima Trinidad: Dios es, ante todo, comunión, es amor, relación personal. Y así nos ha creado, “a su imagen y semejanza”. Por eso somos personas, estamos moldeados con la materia prima del amor. Por eso ha creado a su Iglesia para iniciar la comunión definitiva y resucitada que llamamos salvación.

Muchas gracias, don Antonio: seguimos en comunión. Bienvenido, don Gerardo: preside usted esta comunión que el Señor ha creado para que el mundo crea.

Manuel Pérez Tendero