Hacia el Domingo de Resurrección…1 de abril de 2018: «TODO HA COMENZADO»

El primer domingo de la historia se levanta con un vacío y una información: el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro y un joven con vestiduras blancas dice que ha resucitado. Las mujeres, a su vez, transmiten esta noticia a los discípulos: no hemos encontrado su cuerpo y nos han dicho que ha resucitado.

Desde la perspectiva de los seguidores de Jesús, por tanto, la resurrección es, en primer lugar, un anuncio que han recibido. Ellos han estado ausentes por completo de todo lo que ha sucedido. La mayoría, también estuvieron ausentes de la muerte y la sepultura del Mesías. ¿Qué deben hacer ahora ellos? ¿Cuáles son las implicaciones discipulares de la victoria del Maestro sobre la muerte?

El joven de blanco ha recordado las palabras que ya dijera Jesús, antes de Getsemaní: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero, cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea”. Esta ha sido la clave desde el principio: él ha marchado delante; ellos han sido seguidores. Ahora, gracias al domingo, la muerte no es el final del seguimiento: el discipulado continúa, queda mucho camino por recorrer, mucha vida que aprender, y el Maestro sigue fiel, a pesar de la muerte: está ahí y nos vuelve a llamar.

“Ir a Galilea” significa, para el evangelista san Marcos, volver a los inicios, al amor primero de la llamada inicial. Se trata de retomar las huellas del Maestro para que no tenga fin ese Reino que Jesús comenzó con aquel grupo.

Desde la perspectiva del lector, para san Marcos “ir a Galilea” significa volver a leer el evangelio desde otras claves: el Jesús del que se habla es el Resucitado; por eso, el lector puede hacer el camino que los primeros discípulos hicieron, porque el mismo Cristo los llamó a ellos y me llama ahora a mí, vivo, para seguir sus huellas.

Para san Mateo, “ir a Galilea” tiene también otro matiz: Galilea de los gentiles es el territorio de la misión a los paganos, es el lugar donde el Resucitado convoca a los discípulos para enviarlos a ser testigos suyos entre todas las gentes.

Han pasado muchos domingos desde que aquel joven de blanco diera por primera vez la noticia a aquellas mujeres fieles. Pero sigue resonando la misma noticia: “El Crucificado ha resucitado y os convoca a Galilea”. Ser cristiano es haber recibido esta noticia en la que hemos creído: Cristo vive y se convierte en el quicio de la historia, en la posibilidad de salvación para toda la humanidad.

Pero, como los discípulos primeros, la noticia es también llamada: tenemos que ponernos en camino para ir a Galilea. La Semana Santa termina con una tarea, con una meta: buscar a Jesús, que nos sorprende vivo y nos convoco de nuevo.

¿Qué es Galilea para los discípulos del siglo XXI? Galilea es, en primer lugar, volver a los inicios, recuperar lo que siempre estuvo ahí, pero que, tal vez, se ha dormido con el tiempo. Recuperar la primavera de la primera llamada, el amor fundante que nos despertó y quiere seguir motivando nuestras búsquedas. Es posible que la fe se haya adormecido en nuestras vidas de discípulos, que haya incluso muerto; pero el Maestro no ha muerto ni su palabra ha quedado ociosa: él sigue llamando, con toda la fuerza de una vida que ha vencido a la muerte.

Galilea es también el Evangelio, la Escritura. En la Biblia, leída como búsqueda del rostro vivo del Mesías, está la clave del cristianismo y la tarea que nos queda después de la Semana Santa. Ir a Galilea es leer las Escrituras sabiendo que nos hablan de él, del Amigo que vive y nos está llamando con voz firme de Maestro.

Galilea, por fin, es la tierra de la misión, el lugar de los paganos, de los que no creen, de los que están ausentes del Reino. Al Resucitado no se le encuentra en la comodidad de un pensamiento estéril o una emoción individual. Él está en el corazón de nuestras tareas, trabajando codo con codo con nosotros, como Señor de la mies. No solo evangelizamos porque nos hemos encontrado con él: sabemos que, también, nos encontramos con él cuando evangelizamos; somos misioneros para transmitir su palabra, pero también para buscar su rostro.

El que vive nos llama. Es tiempo de ponerse en camino.

Manuel Pérez Tendero