Al despertar

No todas las religiones creer en la vida más allá de la muerte. En la misma Biblia, no todos los libros expresan de forma explícita esta esperanza en la vida eterna. El cristianismo sí afirma de forma rotunda la fe en la resurrección de los muertos. ¿Por qué lo hace con tanta seguridad? ¿Cuál es el contenido de esta fe en una realidad que escapa a nuestra experiencia?

Para la Iglesia, los libros bíblicos son normativos en su fe. En los últimos libros del Antiguo Testamento se afirma ya de forma clara esta esperanza en la resurrección: Daniel, Sabiduría, 2Macabeos. Pero existe una autoridad aún superior al texto bíblico: Jesús de Nazaret. La Iglesia cree en la vida eterna porque cree a Jesús.

Como muchos dicen, “nadie ha vuelto del cielo para contárnoslo”. También lo dice el Nuevo Testamento: “A Dios nadie lo ha visto jamás…” ¿Entonces? “El Hijo único, que está en el seno del Padre, nos lo ha contado”.

La fe en la vida eterna es un dato que se podría intuir por parte del hombre, es una esperanza que llena nuestra sed de vida plena e ilumina nuestra angustia ante la muerte. Pero si creemos firmemente en esa vida plena no es porque intuimos nada, o porque nos viene bien aferrarnos a ello, sino porque nos fiamos de Jesús, el Maestro. Creemos que él sabe bien de lo que habla, creemos que no hay engaño en sus labios; creemos, ante todo, que él ha resucitado y, con ello, Dios ha confirmado todas las promesas que nos hizo.

Por eso, creemos también porque nos fiamos de la Iglesia, de los primeros apóstoles: ellos se encontraron con Jesús vivo después de la cruz y la sepultura. El testimonio de la Iglesia ayuda a sostener nuestra confianza en las palabras de Jesús. La comunidad ha sido eco y vehículo de las buenas noticias del Mesías.

La vida eterna es objeto de fe. No es fruto de un razonamiento lógico ni atestación de un experimento científico, no nace de la experiencia mística de ningún iluminado o elegido. Es palabra de Jesús acogida por sus discípulos. Solo él ha tenido experiencia del cielo, de la intimidad de Dios, de lo eterno. Nosotros, habíamos intuido cosas, habíamos escuchado a los profetas, nos habíamos llenado de interrogantes y esperanzas; pero solo con Jesús podemos afirmar nuestra esperanza de forma sostenida y cierta. La autoridad del Hijo es la base de nuestra fe en el futuro.

¿En qué consiste esta vida plena que nos han invitado a esperar y nos están ayudando a construir? La imaginación del hombre puede inventar aquí todo tipo de paisajes, exteriores e interiores; podemos multiplicar nuestras pequeñas experiencias de felicidad e intuir su plenitud. Pero, ante todo, creemos que la vida eterna será el encuentro de un rostro: “Al despertar, me saciaré de tu semblante, Señor”. Podremos contemplar el rostro de Aquel que nos creó; podremos mirar esa mirada de amor que nos ha sostenido cada segundo de nuestra existencia. No hay mayor felicidad que ser amados y amar: el Amor nos mostrará su rostro, esa es la esencia del Reino.

Iluminados por esa mirada, podremos también redescubrir los rostros de tantas personas con quienes hemos compartido el camino. Podremos verlos de una forma nueva: en toda su belleza, como carne redimida y proyecto que ha llegado a su final.

No hay nada más creativo que el amor. Él puede restaurarlo todo, perdonarlo todo, sanarlo todo. Él puede más aún que la poderosa muerte. Vinimos al mundo porque alguien nos amó primero; resucitaremos, fruto de un amor aún mayor que vence la muerte y el pecado.

Resucitaremos por amor y amor será el contenido de nuestra resurrección y su eternidad siempre nueva. Creer en ello, creer a Jesús, la fe en la resurrección, también es un acto de amor: por amor al Maestro, que dio su vida por amor, creemos firmemente en la vida que triunfa. No nos espera la nada, sino su Presencia.

Manuel Pérez Tendero