Al final, empezar

Finaliza el Jubileo de la Misericordia. Es buen momento para mirar hacia atrás y hacia dentro. ¿Qué queda de tantas reflexiones y acciones en torno al Jubileo? Es importante repasar el año para guardar en la memoria de forma fecunda los gestos más importantes, los interrogantes principales, los sentimientos más profundos, los rostros de la misericordia. Mirar, también, hacia dentro, al corazón, para afianzar la huella de este año en mi persona, en mi camino, en los fundamentos de lo que soy y quiero ser.

Desde mi punto de vista, este recorrido por la misericordia se podría resumir en tres direcciones.

En primer lugar, la experiencia propia de misericordia frente a Dios. Como diría el papa Francisco, “somos misericordiados por Dios”. Somos fruto de su misericordia constructiva, de su amor inagotable, de su cercanía sin límites. Como el hijo pequeño de la parábola, todos estamos llamados a experimentar el abrazo del padre a las puertas del hogar, después de un largo camino de lejanía; el abrazo que restaura y hace posible recibir la dignidad.

No hay mayor alegría que ser amados sin merecerlo. Pero no es fácil tener esa experiencia cuando creemos merecerlo todo y la responsabilidad recae siempre en los demás. La nostalgia por el hogar que dejamos, las pequeñas brasas del fuego de amor que aún alimentan nuestra memoria, esa llamada interior de hijos que jamás se apaga: ahí está la clave para reconocer el propio pecado y regresar, empujados por la misericordia de quien nos ha amado siempre.

Nos intentan convencer de que no existe el pecado, pero la culpa abruma cada día nuestro corazón. Nos dicen que la clave de todo está en disfrutar, pero una tristeza honda y una inquietud sin límites nos hacen sospechar que debe haber algo más. No estamos hechos para estar entre los cerdos, aunque nos lo pasemos muy bien. El misterio de la filiación recorre nuestras venas y nos configura desde lo más hondo del alma; somos referencia a un Padre. El amor no es un sentimiento, sino la estructura de nuestro ser; la misericordia no es una idea, sino una necesidad.

Este amor del Padre nos llega, a menudo, en la actitud de los otros frente a mí. ¡Cuánta misericordia hemos recibido también de los hermanos! ¡Cuánta siembra de nuestro pasado germina ahora en el presente!

En segundo lugar, también estamos llamados a experimentar el misterio de la misericordia desde la figura del hijo mayor de la parábola. Una de las experiencias más hermosas de la vida es gozarse con la reconstrucción del otro, con su felicidad. Poder  ver lo que Dios ama a nuestros hermanos, cómo los perdona, cómo los dignifica, es fuente inagotable de alegría y madurez.

Desde Caín al hijo mayor de la parábola, el ser humano no ha comprendido este misterio; pero la vida se construye así. Además de la filiación, la fraternidad es una de las claves que tejen nuestra alma y nuestro cuerpo. Sin hermanos no somos; la familia, los amigos, la sociedad: todo es relación y aprendizaje desde el descubrimiento del otro.

En tercer lugar, la misericordia, que nos llega gratuita y que descubrimos con alegría en los demás, se convierte en fuente de motivación, actitudes y actos en nuestra propia vida. “Gratis lo habéis recibido: dadlo gratis” era la consigna del mayor Maestro de la misericordia.

Sin “obras de misericordia”, el amor se reduce, pierde su esencia y puede llegar a morir. “Obras son amores…” Los demás me necesitan; el Padre me necesita; la misericordia necesita, para respirar, el aire de mi libertad y mi esfuerzo. Sin personas no hay misericordia.

Tres miradas, tres gracias. La misericordia es lo contario a la autosuficiencia –es filiación–, a la envidia –es fraternidad– y al egoísmo –es amor activo. Final de un Año, Jubileo para guardar en la memoria y fecundar nuestro camino.

Manuel Pérez Tendero