Regresar a lo nuevo

El regreso es más amargo que la salida; aprieta el cansancio y parece que lo mejor ha quedado atrás. La gente regresa del puente, regresa de vacaciones. Hace muy pocos días muchos regresaban también de la Semana Santa; y lo hacían con tristeza: “Ya, hasta que llegue el año próximo…” Nuestra sociedad, en general, vive también una cultura del regreso: es pos-moderna, pos-cristiana. Aunque muchos se preguntan si es un regreso, o un camino hacia el vacío. Cuando acabaron las fiestas de la Pascua en Jerusalén, en los comienzos de lo que hoy celebramos en la Semana Santa, hubo también regreso. Tres formas, al menos, de regreso. Fueron muchos los judíos de Galilea y de muchos otros lugares de la geografía judía del siglo primero que, después de las fiestas de Pascua, regresaron a sus ciudades y aldeas. Un año más, la fiesta había terminado. Podrían volver a Jerusalén en otoño, con motivo de la fiesta de las Chozas; o esperarían hasta la primavera próxima, para volver a celebrar la fiesta de los Ázimos y el Cordero pascual. Tal vez, algunos de ellos pudieron contemplar la tragedia de aquel galileo que había sido condenado y ejecutado en aquellos días. Tal vez, habían sentido lástima, o indignación por la injusticia de los romanos; pero no había sucedido nada nuevo en sus vidas. Entre los seguidores de aquel galileo hubo dos grupos que tuvieron también dos tipos de regreso bien distinto. Algunos, como los de Emaús, regresaron también a su vida cotidiana anterior; pero, a diferencia de los primeros, ellos sí habían vivido algo intenso en aquella pascua en Jerusalén. No habían subido a celebrar una fiesta más: habían seguido a Jesús, con las esperanzas de una liberación puestas en aquel obrador de milagros que hablaba como nadie de la ternura de Dios. Porque su subida había sido más rica, su regreso fue inmensamente más frustrante. Caminaban hacia Emaús con el peso de la decepción en su alma y en sus pies. Hubo un tercer tipo de regreso, este también entre los discípulos del galileo ajusticiado. Supieron esperar en Jerusalén, no sabemos muy bien si por miedo, por esperanza o por puro cariño. Allí, en Jerusalén, escucharon una noticia de parte de Dios, de parte de unas mujeres del grupo que vieron el sepulcro vacío: “Hemos de volver a Galilea”, a los comienzos del seguimiento, allí nos espera Jesús cargado de vida. ¿Qué pasó con cada uno de estos tres grupos? Este domingo recordamos el texto de los discípulos de Emaús. El mismo Jesús, como pastor que busca a sus ovejas, buscó a estos discípulos decepcionados y los devolvió a la comunidad, los incorporó al tercer grupo. Con las armas de la palabra y la eucaristía supo hablarles al corazón y devolverles la esperanza: “¡Era verdad!” es la gran experiencia que tuvieron tras la muerte de quien les había cambiado la vida. La noticia de la resurrección no fue palabra vacía ni promesa acalorada. El tercer grupo, incorporados los de Emaús, fueron a Galilea, y allí pudieron encontrarse con quien los llamó en el principio. Cargado de vida, llenó sus vidas de alegría y de misión. Y comenzó el milagro del camino apostólico hacia todos los rincones del mundo. ¿Qué pasó con el primer grupo, con los que vivieron la fiesta desde fuera, como siempre, sin novedad, sin llamada, sin fe? El mismo que se dirigió a Emaús, con las mismas armas de la palabra y el pan partido, sigue en su busca, a través del testimonio de los otros dos grupos. “Regresar a Galilea”: ¿Podría ser también el programa después de la Semana Santa, el programa de nuestra sociedad pos-cristiana, de nuestra sociedad europea llena de historia y frustración?