Corazón Humano

Una de las claves más importantes que configuran al hombre moderno es la importancia de los afectos en su vida. Para la mentalidad latina, la sede de estos afectos es el corazón. Para el científico moderno será el cerebro. Para el hombre bíblico son las entrañas, las vísceras. En cualquier caso, utilicemos el símbolo que queramos, el ser humano está construido con sentimientos; la dimensión afectiva es fundamental a la hora de construir su vida y madurar su persona.

Siempre ha sido así. El hombre siempre ha tenido corazón y se ha enamorado. Pero ha sido en la modernidad europea cuando más se ha subrayado la importancia de esta dimensión humana. A menudo, unida al descubrimiento de lo individual, de la conciencia personal. De forma explícita, podríamos decir que el hombre moderno nació pensando –“Pienso, luego existo” se atrevió a aseverar Descartes–, pero había algo más de fondo, y acabó explotando.

De hecho, muchas de las reflexiones que mostraban la importancia de la afectividad humana, lo hacían en contra de una modernidad demasiado racionalista. El axioma de Descartes muchos preferirían cambiarlo por “Siento, luego existo”, o “Disfruto, luego existo”.

Los santos, que suelen adelantarse en todo, también supieron descubrir este anhelo del hombre moderno. Hace ya siglos, empezó a configurarse la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que celebrábamos este pasado viernes. Una iconografía quizá no demasiado adecuada puede haber espantado a muchos de la verdad de esta devoción tan “moderna”.

Se trataba de poner en candelero la afectividad de Jesús, el amor humano de Dios, su corazón de carne. Dios, que es amor, se ha hecho hombre y, por ello, vive los sentimientos de forma humana; es “amor humanado”. Dios camina con el hombre en el corazón de la historia y, por eso, le regaló esta mirada religiosa tan de acuerdo con los subrayados que los filósofos y los artistas nos legaban a todos.

Es importante la voluntad, educar en el esfuerzo y la responsabilidad. Es fundamental la inteligencia y la razón, educar en la verdad y en la búsqueda del porqué de cada cosa. Pero no podemos olvidar el corazón.

Por desgracia, es posible que este descubrimiento no se haya hecho sin un cierto peligro o subrayado unilateral. Podría parecer que la inteligencia necesita cultivarse para desarrollarse: nadie imagina a un científico sin estudiar ni trabajar. Lo mismo podríamos decir de la voluntad: un hombre virtuoso es lo contrario a una persona dejada y perezosa. Pero tal vez no hemos sabido aplicar la misma lógica al ámbito de los sentimientos; parecería que estos están ahí, simplemente, sin necesidad de crecer y madurar.

Parece que el descubrimiento de lo afectivo ha ido unido a un subrayado en lo natural, originario y espontáneo. Parece que los afectos no han de ser educados: sería negar su vitalidad y acabar con su novedad y frescura.

Pero todos sabemos que esto es mentira: el hombre es búsqueda por naturaleza, decisión, camino, crecimiento, libertad que se abre paso. Es una grave irresponsabilidad dejar a la persona –muy a menudo, al adolescente– sola en el camino de su madurez afectiva. El objeto de la educación no pueden ser solo los conocimientos o las capacitaciones, la motivación o la virtud. Es necesario educar el corazón, conocer los propios sentimientos para integrarlos en un proyecto personal libre y maduro.

¿Quién está ayudando hoy a que la persona crezca y sea libre en su dimensión afectiva, sin dejarse llevar por el mercado o por los propios engaños del sujeto?

La fiesta del Corazón de Jesús nos hace pensar a los cristianos en esta fundamental dimensión de nuestra misión: ¿Estamos acompañando personas, ayudando a forjar hombres y mujeres maduros y felices?

Él, el Maestro, el del corazón enorme y entregado, es también luz y ayuda por estos caminos.

Manuel Pérez Tendero