Esfuerzo Hermenéutico

Unas de las características que llaman la atención del libro del Apocalipsis es su abigarrado simbolismo. Un simbolismo, a menudo, cargado de paradojas. Por eso, suele ser un libro olvidado y perdemos toda su riqueza por sucumbir a la tentación de no realizar el esfuerzo de la hermenéutica.

El vidente Juan quiere construir con nosotros, lectores creyentes de todos los tiempos, unas claves para poder interpretar la historia desde los ojos de Dios.

Algunas de estas paradojas tienen que ver con la simbología fundamental del libro: Jesús resucitado como Cordero degollado y vivo. Esta es la paradoja inicial: un cordero degollado que vive; es una paradoja en el nivel del símbolo, no en el de la realidad, porque el lector sabe que se está hablando del Crucificado-Resucitado, con las marcas de la pasión en su cuerpo eterno.

El símbolo del Cordero aplicado a Cristo no es original del Apocalipsis: es una simbología judía que se aplicó desde los inicios de la tradición cristiana a Jesús para explicar el sentido de su muerte desde la palabra del Antiguo Testamento.

La irrupción en escena de este Cordero en la visión litúrgica del libro también es paradójica. Todos lloran porque nadie es capaz de abrir el rollo de la historia. Pero un ángel anuncia que ha llegado alguien capaz: el victorioso León de la tribu de David; otro símbolo mesiánico de las Escrituras judías. Inmediatamente, buscando ese león, el vidente se da la vuelta y ve… ¡un cordero! El león-Mesías es el cordero-Jesús. El poder del que había de llegar, representado por un león, se nos presenta como animal dócil que no grita ante su propia muerte. Este Cordero es el Mesías, con toda la fuerza de Dios; es el Cordero que habrá de enfrentarse a la Bestia para vencerla. Todos querríamos tener un león para poder derrotar a las bestias que nos amenazan; pero Dios nos ha enviado un cordero para vencer. El futuro de la historia está en quienes caminan bajo el signo del Cordero: quienes se ponen del lado de la Bestia y su violencia, acaban sucumbiendo.

Más adelante, el vidente Juan nos dice que una muchedumbre inmensa de personas, con vestiduras blancas, alaban a Dios por siempre. Sus vestidos están blancos porque han sido lavados… ¡con la sangre del Cordero! Ya era difícil esperar una victoria de este animal dócil, pero pretender lavar ropas con su sangre nos resulta del todo inverosímil. De nuevo, la paradoja en el nivel simbólico, para que el lector se esfuerce y dialogue con el autor en la construcción del sentido del texto.

La sangre no lava, mancha. Pero el símbolo remite al creyente a una realidad más honda: la redención conseguida por Cristo en la cruz; su sangre nos lava los pecados.

Inmediatamente, el lector debe esforzarse de nuevo para interpretar. El Cordero se convierte en el Pastor de todos estos redimidos por su sangre. Nadie puede imaginar un rebaño en el que el más pequeño cordero se convierte en conductor de todos hacia fuentes de agua refrescantes. En el nivel más hondo de la realidad, la paradoja se supera: Jesús de Nazaret, cordero que muere para borrar nuestros pecados, se ha convertido en pastor resucitado de su pueblo que nos conduce por los caminos de nuestra historia.

La relación del Señor con su Iglesia no ha quedado anclada en el pasado: el Cordero degollado vive, el Cordero manso se ha convertido en Pastor. El Apocalipsis no es un libro del pasado, tampoco es un libro principalmente sobre el futuro: es un libro de presente, de historia cotidiana, que nos ofrece las claves para poder comprender las paradojas del hombre y del creyente, los misterios del obrar de Dios en el mundo.

Por eso, la paradoja del Apocalipsis es algo más que un recurso literario o una clave para esconder el sentido a los no iniciados: es un mensaje teológico. La paradoja simbólica es el signo del misterio de la historia y de Dios, la llamada a nuestra inteligencia y libertad para que sigamos esforzándonos por interpretar lo que vivimos: Dios está ahí, abriendo futuro.

Manuel Pérez Tendero