Huella ecológica

El lunes pasado puede asistir a la Jornada sobre ecología en la Facultad de Letras de nuestra Universidad: “De Asís a Roma: una ecología agradecida”. Uno de los ponentes, D. Emilio Chuvieco, vino desde Alcalá de Henares cargado con unos libritos que nos regaló: “Sugerencias para la conversión ecológica de las parroquias católicas”. Además de sus preciosas y precisas palabras, nos dejó unas sugerencias prácticas para llevar adelante el tema de la Jornada.

Hace ya más de un año que se publicó la encíclica del papa Francisco Laudato si’ sobre el Cuidado de la casa común. No sé cuántos católicos habrán leído el texto; me consta que lo han hecho muchos no católicos. Hemos organizado Jornadas, cursos de estudio… Pero no sé cuáles van siendo los frutos efectivos, ecológicos, de esta encíclica. No sé cuántas parroquias y comunidades cristianas han dado algún paso para adecuar sus infraestructuras hacia un consumo más sostenible. Tampoco sé cuántos cristianos particulares habrán realizado algún esfuerzo personal para realizar esa “conversión ecológica” que nos pide el Papa.

No sé cuántas catequesis se han dado en las parroquias sobre este tema, ni en cuántas homilías de nuestros sacerdotes habrá influido. Desconozco las iniciativas que se están llevando a cabo para educar a los católicos en colegios, casas religiosas y parroquias en el tema del cuidado concreto de la naturaleza.

El libro del profesor Chuvieco me ha dado esperanza. Hay cristianos que se toman en serio las cosas y hacen algo más que leer y hablar de los temas que nos propone la Iglesia.

En una época en la que es difícil encontrar lugares de encuentro con los no creyentes, ¿no es también la ecología un ambiente adecuado para vivir y proponer el Evangelio? Podríamos estar perdiendo uno de los lugares más importantes de inculturación de la fe, válido para todas las geografías y culturas. ¿No estamos ante uno de los “signos de los tiempos” más claros de la actualidad? ¿Está empujándonos por ahí el Espíritu de Dios? ¿Cómo estamos respondiendo, si así es?

Algo parecido pienso del Año de la Misericordia. Falta poco más de un mes para su finalización. ¡Cuántas peregrinaciones! ¡Cuántos cursos y encuentros! ¿Qué quedará después? ¿Qué fruto vamos viendo que queda ya entre nosotros?

A veces, parece que los temas –también los más sublimes– pasan: se pronuncian, se repiten y se alejan. Un nuevo tema llega para acaparar nuestra atención y mantener viva nuestra tarea: correrá la misma suerte que su predecesor. “De tema en tema sin que nada cambie”.

Se podría aquí aplicar el axioma de san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios: “No el mucho saber llena y satisface el alma, sino el gozar de las cosas internamente”. No es la acumulación de temas y actividades lo que llena nuestra vida y nuestra labor pastoral, sino aquello que nos tomamos en serio y deja huella en nuestro andar cotidiano.

Necesitamos ayudarnos unos a otros para que nuestra vida cambie, para que las cosas importantes queden en nuestra memoria y configuren nuestra existencia. Necesitamos sosiego y continuidad en aquello que emprendemos. Creo que no abunda la hondura en nuestras reuniones y programaciones. No podemos hacerlo todo, pero sí podemos hacer poco bien. Dios se encarga del resto. Él mismo actuó así cuando estuvo entre nosotros: no curó a todos los enfermos, ni predicó en todos los foros, ni se hizo especialista en todas las materias. Su amor a todos se vivió en un tiempo y un espacio limitados; porque se entregó de lleno y se tomó en serio la encarnación.

Ecología y misericordia: dos signos fundamentales de los tiempos que vivimos. Signos del mundo y signos de Dios; tarea, por tanto, de los apóstoles del Crucificado.

Manuel Pérez Tendero