La Anciana Isabel

No sé si la siguiente carta expresa correctamente el corazón de mi anciana amiga Isabel.

Estimados señores políticos:

Me gustaría dirigirme a ustedes para pedirles una actitud de la que se habla mucho en estos tiempos: misericordia. Seguro que han oído hablar de ella, aunque provenga de ámbitos cristianos. Les ruego misericordia para personas como yo, cercanas ya al final de sus días.

Hace muchos años mis hijos tarareaban una canción muy famosa de un señor inglés que vivía en Nueva York; Imagine se titulaba. Su melodía era entrañable, pero a mí nunca me gustó. Aquel señor nos invitaba a imaginar un mundo perfecto… sin Dios, sin religión. Los que hemos recibido el don de la fe como la mejor herencia de nuestros padres no tenemos tanta “imaginación”.

Ese mundo perfecto que aquel señor imaginaba vamos, poco a poco, instaurándolo entre nosotros. En España, en concreto, estamos adelantando mucho. Unas escuelas sin religión, unos hospitales sin capilla ni atención religiosa, unas calles sin procesiones. No es este el mundo perfecto que mi corazón sueña; por lo poquito que sé de nuestra historia, creo que tampoco fue este el país que construyeron todos nuestros antepasados. Pero se ve que la historia avanza, inexorable, hacia ese mundo mejor que algunos no entendemos del todo.

Me gustaría que se tuviera en cuenta a personas como yo, que no tenemos la capacidad de soñar tanto, que no hemos sido educados en los principios de esta sociedad futura que nos llega, cargada de parabienes. Tengan ustedes paciencia con nosotros; ¿qué prisa tienen? Muéstrennos un poco de consideración. Dejen que podamos sufrir la enfermedad y morir según los valores en los que hemos sido educados, en los que seguimos creyendo.

Pedimos perdón por ser cristianos y quererlo ser públicamente y hasta la muerte. No pedimos ya derechos: imploramos misericordia de aquellos que detentan el poder. Llegará un día –parece que ya próximo– en que ustedes tendrán el poder sobre todas las dimensiones de nuestra vida: la educación, la diversión, la economía, los medios de comunicación, el nacimiento, la muerte, el sufrimiento, la religión. Tengan un poco de paciencia con quienes estamos acostumbrados a otra cosa y, ya, nos queda poco ruido por dar.

Si, mientras llegan esos tiempos nuevos, algún budista o animista requiere servicios para ser atendido: estúdiese el tema y préstese esa ayuda, pero no utilicen esos futuribles para robarnos a nosotros, ciudadanos reales, la capacidad de sufrir según nuestros principios.

Les pediría el esfuerzo por salir un instante de la ideología y mirar a las personas, a las de hoy, a nosotros, que somos como la sombra de la tarde, a punto de desaparecer en las tinieblas de  la noche.

Dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Es posible que también nos quieran robar la esperanza, quizá lo consigan.

No sé si es mucho lo que pido: consideración, misericordia, paciencia. Quizá no sea posible, quizá han perdido ustedes demasiado tiempo y urge avanzar hacia la sociedad perfecta, cuyos síntomas ya estamos gustando en el presente. Pero siempre nos quedará la muerte: más allá del velo de esta vida la ideología no funciona y ustedes no detentarán el poder. Allá, en la orilla de la luz, otra libertad será posible.

Que allá, ustedes también, reciban toda la misericordia posible.

Un saludo afectuoso.

Isabel.