Lo que no entendemos.

De nuevo las parábolas de la misericordia. Las dos primeras: el pastor que pierde a la oveja  y la mujer que pierde la moneda en casa. Casi todas las parábolas de Jesús tienen algún elemento desconcertante. En la del hijo pródigo, el desconcierto llegará sobre todo con la figura del hijo mayor. Pero ya antes tenemos un elemento que nos llama la atención al comenzar su discurso sobre la misericordia.

En la introducción a la parábola del pastor, Jesús pregunta: “¿Quién de entre vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja a las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada…?”

Evidentemente, ninguno de nosotros haría tal cosa, como tampoco lo haría cualquier pastor del tiempo de Jesús. A menudo, pensamos que las parábolas son ejemplos claros que sirven para explicar de forma sencilla los misterios del Reino y de Dios. Pero no siempre es así, no siempre la claridad es la tónica de las parábolas; en muchos casos, la parábola no es un ejemplo evidente, sino el relato de un comportamiento atípico.

Ningún pastor arriesga noventa y nueve ovejas para poder recuperar una sola. Al final del evangelio, el sumo sacerdote Caifás lo tiene claro: “Conviene que muera un hombre para que no perezca todo el pueblo”. Ese hombre era Jesús y Caifás, sin saberlo, se convirtió en profeta de lo que iba a suceder en Jerusalén.

Pero Dios no piensa así, con números, con cálculos de probabilidad y con perspectivas de conservación. Dios irrumpe con libertad en la vida, arriesga; a Dios le importa la persona y, en primer lugar, la más vulnerable, la más alejada. Ninguno de nosotros actuaría como Dios. Ninguno de nosotros entregaría a su hijo para rescatar al enemigo. Ninguno arriesgaría a la mayoría para recuperar a un individuo.

Jesús, con estas historias desconcertantes, intenta mostrar quién es Dios, intenta explicar los caminos de la misericordia. Ya lo supo ver muy claro el profeta Isaías: “Los caminos de Dios no son nuestros caminos, sus planes no son los nuestros”.

Estamos a principio de curso y muchos empezamos a hacer planes y proyectos, a programar el año. Normalmente –también en los proyectos pastorales de la Iglesia– son tenidos en cuenta los caminos del hombre, los números, los cálculos de probabilidad. Las parábolas, como mucho, quedan reducidas a ejemplos que nos sirven en la predicación, pero no marcan el estilo de nuestras acciones. La misericordia, por esto mismo, se convierte en un tema o, a lo sumo, en un conjunto de acciones de nuestra pastoral, pero no es su estilo, su horizonte, su motor, la clave de su novedad.

No hacemos nada desconcertante en nuestra rutina, hay muy poca frescura de Dios en nuestros planes. A lo sumo, nos gustan nuestras propias originalidades y apostamos por ellas, nuestro protagonismo, nuestras ocurrencias últimas; pero no acabamos de invertir en la novedad de las parábolas, en el estilo de Jesús, en la audacia del Evangelio, en los caminos de la misericordia.

No hay “chispa” en nuestras catequesis, ni misterio en nuestras celebraciones, ni valentía en nuestra búsqueda de los que están lejos. No nos falta originalidad, sino misericordia; no nos faltan ocurrencias, sino fidelidad al Reino y su juventud perenne.

No podemos seguir escuchando las parábolas creyendo que ya las sabemos. No podemos seguir leyendo el Evangelio pensando que ya conocemos sus claves. Hemos de saber mirar a los pequeños detalles, a aquello que pasamos de largo porque no sabemos explicar. Ahí, en lo que no comprendemos, puede estar la clave del mensaje de Dios.

Si lo pensamos despacio, hay muchas cosas de la Biblia que no acabamos de entender, incluso cosas con las que no estamos de acuerdo; pero seguimos nuestro camino, nos centramos en lo de siempre, en las cuatro cosas que ya conocemos y hemos entendido. ¡Mal camino para la sabiduría! Mal camino para aprender la misericordia y comprender los caminos de Dios en nuestro tiempo.

Manuel Pérez Tendero