QUIÉN SALVA UNA VIDA

La próxima semana, en el campus universitario de Ciudad Real, se celebran unas Jornadas sobre el Holocausto, setenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial. La perspectiva de estas Jornadas pretende ser positiva y constructiva: junto a tanta destrucción y maldad, también hubo “ángeles de vida” que se arriesgaron para ayudar a salvarse a miles de judíos europeos.

Han sido estos supervivientes los que han sabido reconocer la labor de aquellos que los rescataron de la deportación y la muerte. Desde 1953 existe un título para estas personas que salvaron vidas: “Justo entre las naciones” y un árbol, plantado en Jerusalén, recuerda cada esfuerzo por dar vida en medio de la barbarie.

Ha habido mucha acusación de silencio hacia los gobiernos y las instituciones de aquella época; pero también ha habido reconocimiento a estas personas concretas que fueron héroes anónimos; porque, como dice el Talmud, “quien salva una vida salva al mundo”.

No sé si está cercano o lejano, pero creo que en el futuro habrá una mirada hacia la barbarie sutil que estamos cometiendo bajo la ideología actual del bienestar egoísta. No sé si acusarán a nuestra generación de silencio y connivencia frente a millones de muertes que estamos provocando y permitiendo, muy especialmente en los países más ricos, de tantos niños por nacer.

Para defender a los judíos, para hablar en su favor o rescatar sus vidas, muchos se jugaron mucho: la fama, el dinero, el trabajo y, a veces, la vida; pero demostraron una calidad humana que se recordará por siempre. En el futuro, se podrá acusar de silencio a esta generación, pero también deberán reconocer las voces que se levantan hoy ante la conciencia dormida de nuestra sociedad. Ayer, en Madrid, la marcha por la vida y la maternidad nos recordó lo mismo que el Talmud: “Cada vida importa”.

Los futuros historiadores deberán investigar en su pasado –que es nuestro presente– sobre la dignidad de los más débiles que no fue silenciada completamente en nuestra sociedad.

En el museo del Holocausto, en Jerusalén, están llevando a cabo una labor ingente de memoria: más de la mitad de los judíos que murieron ya han sido rescatados del olvido con sus nombres y, en muchos casos, con sus historias. Esta tarea será imposible en el futuro con respecto a los que murieron antes de ver la luz: no han podido tener nombre ni historia. Esperamos que, en el Reino, más allá de esta historia, sus vidas sí sean recuperadas y sus rostros puedan sonreírnos con misericordia.

Sí será posible en esta historia, aunque muy difícil, poder conceder títulos de reconocimiento a los que rescataron vidas. Los “justos entre las naciones” son proclamados después de una investigación que promueve, precisamente, un judío que fue rescatado por esa persona. Algunos niños están naciendo por una labor ardua de rescate que muchos movimientos a favor de la vida están llevando a cabo. No sé si, cuando lleguen a adultos, esos niños promoverán el agradecimiento público hacia las personas que hicieron posible su existencia.

Pero, ayer y hoy, no es el reconocimiento lo que se persigue, sino salvar vidas, actuar con conciencia humanitaria. No existen barreras para la dignidad humana: ni raciales, ni religiosas, ni morales, ni por razones de edad o de enfermedad. Es más: cuanto más débil es la vida que salvamos, cuanto más gratuita es nuestra acción, mayor dignidad humana manifiesta.

Nos toca vivir tiempos difíciles, de oscurecimiento de las conciencias; no es el enfado el camino, sino la caridad, la palabra y los hechos, la cercanía a los que sufren, a cada vida, a cada historia. El futuro abrirá los ojos y el Futuro nos devolverá a los olvidados.

Manuel Pérez Tendero