Rostros de misericordia.

Acaba de comenzar un Año nuevo. Es momento de cambiar los almanaques de nuestras paredes y nuestras mesas. Su compañía durante todos los días del año, mes a mes, es una buena forma para comunicar alegría, o la propia visión de la vida. Me gustaría reflexionar sobre dos de estos almanaques que han llegado a mis manos.

El primero es el de la parroquia de Santiago Apóstol, en nuestra capital. Cada final de año, son muchos los que preguntan en la sacristía por este almanaque, grande y vistoso, con numerosos datos. La fotografía que preside este año sus meses es un primer plano de la puerta de la propia parroquia, con la cruz y las conchas a sus pies. Debajo del arco apuntado, llenando toda la puerta, se ha colocado el logotipo de este Año de la Misericordia: Jesús, buen pastor y buen samaritano, que lleva a sus hombros a la oveja perdida, al hombre herido, a todo hijo de Adán extraviado del Paraíso que Dios había soñado para él.

De esta forma, se unen el tema de Jesús, rostro de la misericordia del Padre, con el tema de la puerta y la Iglesia: esa comunidad de fe abierta a los hermanos y abierta a Dios, invitando a entrar a cada persona con sus sufrimientos y miserias, también con su pecado.

En la parábola del buen samaritano, los antiguos comentaristas cristianos veían una imagen de Jesús de Nazaret. Además de buen pastor, es buen samaritano, judío rechazado que, desde la marginalidad, es el único capaz de sanar al hombre. Su encarnación, que en estos días celebramos, es esa parada en el camino para preocuparse por las heridas de cada hombre en el camino. Después de sanarlo, lo lleva a la posada, que los Santos Padres interpretan como la Iglesia, donde el pecador es colocado por Jesús a la espera de su retorno final.

La Iglesia, por tanto, es posada donde el pastor deja a sus queridas ovejas al cuidado de la comunidad para esperar su regreso. Es “hogar de misericordia”, casa abierta a la que Jesús, su fundador y Señor, puede confiar a sus hermanos más pequeños.

La Iglesia, la comunidad, es casa de Jesús y, por ello, casa de todos aquellos que él carga sobre sus hombros. La misericordia del Pastor nos precede; los pecadores son suyos, también los pobres y los alejados. Él quiere construir una comunidad a la que puedan llegar los rociados con su amor.

Hay otro almanaque, más universal, que se está regalando mucho en estos días: “Rostros de misericordia”. Cada mes está presidido por un mosaico de Rupnik, el gran artista religioso de nuestros tiempos. Junto a la imagen, aparece una explicación muy interesante sobre cada icono. Diez de esos mosaicos –los meses de febrero a noviembre– están dedicados a otras tantas “obras de misericordia”. Al principio y al final, la raíz de la misericordia: Jesús de Nazaret. El corazón de Cristo –enero– es la fuente de la misericordia, su herida abierta: golpeado por nuestro pecado, su muerte se convierte en fuente de amor que nos redime.

Al final del año, una referencia al final del tiempo: el Cristo Pantocrátor, el Todopoderoso, que es juez misericordioso. Nos juzga el mismo pastor que salió a nuestro encuentro, el samaritano que acarició nuestras heridas, el Hijo que se hizo humano para poder regalarnos el amor de Dios con toda su cercanía. El icono de diciembre es un pantocrátor-juez que bendice y, a la vez, abraza: este es el Rostro que esperamos encontrar más allá de la tiniebla de nuestro destino.

La misericordia tiene que ver con el tiempo: es la esencia de la eternidad de Dios que abre en nuestras horas puertas al amor definitivo. La misericordia es acción concreta, vida, superación de toda indiferencia para encontrar al otro en la sencillez de cada día.

¡Feliz Año Nuevo!

Manuel Pérez Tendero