SEÑOR, ¿QUÉ MANDÁIS HACER DE MÍ?

El próximo sábado se cumplen quinientos años del nacimiento de Teresa de Cepeda, en Ávila. Santa Teresa de Jesús, primera mujer doctora de la Iglesia, una de las santas más grandes de todos los tiempos para la Iglesia católica. Ella estuvo entre nosotros, sobre todo en Malagón, donde dirigió las obras de una nueva Fundación que todavía perdura y cuyo espíritu sostienen un conjunto de monjas que destilan simpatía, fe y humanidad desde el silencio.

En memoria de Teresa, nuestra Iglesia está trabajando más intensamente sobre el gran legado que nos dejó, que se concentra sobre todo en un camino de oración como amistad con Jesús de Nazaret. Teresa es maestra nuestra, nos enseña, desde su experiencia, el misterio precioso de la oración. Teresa es, para todas las carmelitas, Madre y fundadora, ejemplo a seguir.

Hace unos días, celebrábamos con toda la Iglesia el Día del Padre, con motivo de la solemnidad de san José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, nuestro Maestro.

La festividad de san José nos invita a reflexionar, también, sobre el Seminario, el hogar donde son educados los sacerdotes, que tienen la misión de ser sacramento del pastoreo de Jesús. En Nazaret se formó el primer y definitivo sacerdote; un pequeño “Nazaret” es el Seminario, donde se forman los futuros representantes de ese sacerdote.

En este Año Teresiano, el lema de la Jornada del Día del Seminario es una frase de la santa abulense: “Señor, qué mandáis hacer de mí?”

Es una expresión que forma parte de uno de sus poemas. En estas pocas palabras Teresa resume el misterio de la oración: encontrarse con Cristo lleva a configurar la vida como obediencia por amor.

¿Faltan vocaciones entre nosotros? Si leemos las estadísticas de los Seminarios Mayores de España, ha crecido ligeramente el número de seminaristas en nuestro país, pero siguen siendo pocos, sobre todo en algunas diócesis.

Esta falta de vocaciones sacerdotales va unida a un descenso de matrimonios canónicos, a una disminución de vocaciones religiosas y misioneras… Más que el sacerdocio, lo que parece que está en crisis es la fe, la relación verdadera de discípulos que buscan a su Señor y desean entregar la vida con él.

¿Tiene algo que ver la oración con todo esto? El lema de este año nos invita a reflexionar muy especialmente en esta relación: oración y vocación.

La vocación es una llamada, una voz del Hijo de Dios dirigida a la libertad de sus discípulos. La oración es una escucha, la búsqueda de la voz del Amado que nos habla en las circunstancias concretas de nuestra vida y nuestro mundo.

La vocación, por tanto, solo puede germinar en la tierra fértil de la verdadera oración. De la oración “verdadera”, la que nos enseña Teresa. La oración como rutina y repetición no suscita vocación. La oración como búsqueda interior de uno mismo, de sensaciones placenteras de tipo espiritual, no produce vocaciones. Una oración sin trascendencia, sin Dios, y sin vida, no produce escucha verdadera.

Una Iglesia poco religiosa no puede sembrar en su seno vocaciones. Unas familias que fueran solamente creyentes en las formas externas no pueden ser terreno vocacional abonado para la búsqueda de la voluntad de Dios. Una catequesis de niños y de jóvenes sin hondura, sin continuidad, sin camino creyente, sin pedagogía de la oración, es imposible que prepare discípulos para buscar la voluntad de su Maestro.

El verdadero creyente, tarde o temprano, debe dejarse mirar a los ojos por Jesús resucitado para escuchar de sus labios lo que siempre ha dicho a los suyos: “Déjalo todo y sígueme”.

“El que busca, encuentra”. Quien busca a Dios, lo halla; quien quiere encontrar su voluntad, lo consigue. Él habla y llama…

Manuel Pérez Tendero