Una ecología agradecida

Mañana por la tarde, en el campus universitario de Ciudad Real, se celebran unas Jornadas sobre ecología desde una perspectiva cristiana. “De Asís a Roma: una ecología agradecida”. Asís, cuna de san Francisco, y Roma, lugar donde habita el sucesor de Pedro, que ha querido tomar el mismo nombre que el santo fundador de los franciscanos. El papa nos regaló una encíclica sobre ecología hace algo más de un año. El santo de la Umbría fue un insigne precursor del cuidado por la naturaleza y el amor a las criaturas.

Con el papa Francisco ha quedado claro que el cristianismo tiene mucho que ver con la ecología, con el cuidado de nuestro planeta y todos sus habitantes. Si tuviéramos que resumir la aportación más genuinamente cristiana al movimiento ecológico, podríamos hacerlo con la palabra elegida para esta Jornada: una ecología agradecida.

Cuando consideras algo como un regalo recibido que te apasiona es imposible no tratarlo con respeto y ternura.

En las misas de este domingo se proclamará en nuestras iglesias el encuentro de Jesús con diez leprosos. Cuando van de camino para presentarse al sacerdote, los diez quedan curados, pero solo uno de ellos vuelve para dar las gracias a Jesús y glorificar a Dios por su curación. Además, se trata de un extranjero, un samaritano. Uno entre diez: el agradecimiento no suele ser muy habitual.

Habría que hacer una fenomenología del agradecimiento. ¿En qué consiste dar gracias por algo? ¿Por qué damos gracias? ¿Qué resortes psicológicos, afectivos, intelectuales, corporales, se ponen en movimiento cuando respondemos con gratitud? ¿Qué visión del mundo y qué filosofía de la vida supone el dar gracias?

No se trata, evidentemente, de un mero formalismo de educación protocolaria. Estamos hablando del agradecimiento sincero, más allá de las formas, que brota de un corazón que sabe reconocer de dónde viene el regalo y su condición gratuita, inmerecida.

Agradecer significa, ante todo, que hay alguien detrás de las cosas que recibimos; lo mejor de lo bueno no está en su bondad, sino en el amor de quien nos lo acerca. Las cosas son un medio para que las personas se encuentren; los bienes no son fines, sino sacramento: invitación a la comunión entre los sujetos. Entre una persona y un objeto se desarrolla una relación de pertenencia: “Tenemos cosas”. Entre las personas, en cambio, se desarrolla una relación de amistad: “Amamos a los demás”.

La mentalidad del mercado nos tienta a fijarnos solo en las cosas, incluso a mirar a las personas también como objetos. El estilo del bienestar nos va acostumbrando a ver como derechos aquellos bienes que son fruto del esfuerzo de muchas personas. Por eso, cada vez exigimos más y agradecemos menos. Es, tal vez, el principal signo de que nos vamos deshumanizando, despersonalizando.

Queremos que todo gire a nuestro alrededor, queremos establecer con todo relaciones de posesión. De esta forma, cada día somos más ricos, pero tenemos menos amigos; hacemos muchas más cosas, tenemos muchas más actividades, pero no tenemos tiempo para el diálogo familiar o para jugar con los hijos. Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero hemos extraviado el camino de la felicidad.

Desde que nacemos otros nos cuidan y se esfuerzan por ordenar la realidad para nuestro bien. Sin los demás no existiríamos, no tendríamos pasado, ni tampoco futuro. El agradecimiento es el reconocimiento sincero y humano de la realidad más cierta de nuestra vida: todo lo hemos recibido. La religión es el reconocimiento radical de esta verdad: no solo yo, sino todos, hemos sido nacidos; no solo mi cuerpo y mis pequeñas cosas, sino todo el universo es un gran regalo de un sujeto que ama.

El agradecimiento tiene futuro: nunca dejarán de llegar bienes, inmerecidos, de quien nos sigue amando.

Manuel Pérez Tendero