Una de las curiosidades de los fríos días de enero es la tradicional bendición de animales en muchos de nuestros pueblos; también, la elaboración de panecillos o tortas con motivo de alguna de las fiestas de los “santos viejos” que celebramos en estos días.
En estas curiosidades vemos, de fondo, dos frutos hermosos de la vida de los santos para todos los tiempos. En primer lugar, la celebración de los santos ha fomentado la caridad cristiana hacia los demás, sobre todo hacia los más necesitados: hacer pan para dar de comer, especialmente en los inviernos fríos de nuestra tierra. Frutos de obras de caridad: buena cosecha que los santos del pasado siguen realizando en el presente.
Otro fruto interesante es la inserción del recuerdo del santo en nuestras cosas más cotidianas: los animales del trabajo –ahora, los de compañía y mascotas–, las tradiciones festivas, las hogueras… La santidad tiene que ver con la vida corriente, con las pequeñas cosas. No solo porque incide, ahora, en ellas, sino porque fue así en su raíz: los santos han vivido el milagro del amor de Dios en las cosas más pequeñas. La santidad es vida, normalidad tocada por la gracia, milagro que se ve poco, amor que no es noticia.
Junto a estos preciosos frutos que nos trae el recuerdo de los santos, podemos también reflexionar sobre otros frutos que no parecen estar muy presentes; unos frutos ausentes que, en cambio, pertenecen a lo más genuino de la vida del santo.
Además, es posible que los frutos que sí han conseguido se vayan reduciendo a lo anecdótico, más que a lo profundo. Los panecillos, por ejemplo, ¿tienen que ver con la caridad efectiva, o son un signo festivo sin mucho calado?
San Antón, cuya figura histórica celebramos este domingo, no significó en su tiempo nada para el mundo animal ni tuvo mucho que ver con anécdotas de la ciudad. Fue un varón egipcio que se retiró al desierto para vivir de forma radical su vida cristiana.
San Antón fue uno de los fundadores de la vida monástica: ¿se hablará este domingo sobre la importancia de los monjes en la Iglesia y en la historia del mundo? ¿Conoce la gente, muy concretamente los cristianos, esta dimensión fundamental de la vida de este santo popular?
Los medios de comunicación, por otro lado, ¿informarán sobre este mundo monacal que cambió la historia de Europa o se dedicarán, más bien, a presentarnos alguna que otra hoguera y la fabricación de algún pisto o algún rosquillo en nuestros pueblos? Es obvio que lo importante no importa, solo lo anecdótico. Nos cuesta vivir la verdad de las cosas y su hondura, parece que nos interesa poco la historia y nos fijamos más en lo pasajero y lo superficial.
Además de ser el iniciador del monacato cristiano, san Antonio Abad, san Antón, fue un modelo de cristiano. Es lo principal que conocemos de su biografía: se tomó en serio la Palabra de Dios y, gracias a la lectura de dos textos bíblicos, dejó todos sus bienes y se dedicó por entero a Jesucristo.
San Antonio es un ejemplo de vocación, es un ejemplo de la potencialidad de la Palabra de Dios cuando se escucha con seriedad y nos toca el corazón. ¿Cuántas personas hablarán de esta dimensión para celebrar este día, incluso dentro de la misma Iglesia? ¿Cuántos frutos de vocación cristiana, y de vocación monacal en particular, tendrá la celebración, un año más, del día de san Antón?
¿No sería esta, realmente, la verdad más profunda de esta fiesta? ¿No sería esto, precisamente, lo que querría el santo? ¿O preferirá verse convertido en una excusa para el folklore y la organización de comidas y hogueras?
Bendito san Antón, pobre san Antón. Que él interceda para poner verdad y hondura en nuestras fiestas.
Manuel Pérez Tendero