Es habitual ordenar las ideas por medio de listas o series. De esta manera, se hace más fácil la síntesis y ayudamos a la memoria a retener los datos fundamentales.
Esta costumbre es especialmente significativa en el ámbito de las leyes y de la moral. Tenemos “los siete pecados capitales” o las “ocho bienaventuranzas”; también, los dones y los frutos del Espíritu Santo, las obras de misericordia…
La recopilación más famosa es, seguramente, el Decálogo. Se trata de un término griego que significa “diez palabras”. El número diez es significativo, sobre todo en nuestra base matemática decimal; el diez es la plenitud, cuando se llega al diez se debe volver a empezar la serie. Los diez mandamientos, por tanto, serían la expresión de la totalidad de la vida moral que un hombre debe cumplir para saberse pleno, para realizar completamente la voluntad de Dios.
Fue tan significativa esta recopilación que se ha conservado en dos versiones en el Antiguo Testamento: la transmiten los libros del Éxodo y Deuteronomio. Ha servido, también, como base para otras reflexiones y series; tal vez, la más significativa está al comienzo del libro del Génesis, cuando se relata la creación: Dios pronuncia también “diez palabras” según va creando los seres cada día de la semana. El paralelismo es claro: la existencia del ser es fruto de una obediencia al Dios creador; para seguir viviendo en esa bondad originaria del ser, es necesario esforzarse en la obediencia a todas las palabras de Dios, a sus diez palabras.
Estas diez palabras que Moisés habría transmitido en el Sinaí estaban consignadas en dos tablas. Esta circunstancia ayudó a que se dividieran los diez mandamientos en dos partes: los que tienen que ver con Dios y los que tienen que ver con el prójimo. Los primeros cuatro mandamientos se colocan en “la primera tabla” y regulan la relación de los israelitas con Dios: monoteísmo, prohibición de la idolatría, respeto del nombre de Dios y santificación del sábado.
Por otro lado, los seis mandamientos restantes se colocan en la segunda tabla y hacen referencia a la relación con el prójimo: honrar a los padres, no matar, no cometer adulterio, no robar, no mentir, no desear los bienes del prójimo.
Jesús mismo se situó en esta doble perspectiva cuando resumió todas las leyes de Moisés en dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo. Cada uno de estos dos mandamientos resume, respectivamente, cada una de las tablas del Decálogo.
Según la tradición judía, el Decálogo y otras normas que aparecen en el Sinaí son signo de la sabiduría de este pueblo. El sabio, la persona inteligente, no es aquel que vive sin normas y sin horizonte, sino aquel que sabe regular su vida según unos principios justos. Sería de necios vivir sin ley, sin mandamientos, sin disciplina, sin normas. Pero también es de necios vivir unas leyes injustas. Israel tiene muy claro que sus leyes han sido otorgadas por Dios mismo, rezuman una verdad profunda y son causa de una vida justa y feliz. Por esta razón, por haber sido agraciados por la revelación de la voluntad de Dios, los israelitas se consideran un pueblo afortunado y sabio, por encima de otros pueblos más poderosos y con realizaciones técnicas superiores.
¿Qué podríamos decir de las leyes que emanan de nuestro sistema jurídico? ¿Todas las leyes, por el hecho de ser promulgadas, son justas? ¿Todas fomentan la verdad del hombre y el bien común? ¿No podría existir una “justicia injusta”?
La sabiduría de una sociedad se mide por el tenor de su sistema jurídico: ahí se ven reflejados sus valores y el motor que orienta la construcción del tejido social.
Antes de que el Derecho romano se extendiera por todo el Mediterráneo, un pueblo pequeño, en la ribera oriental del Mare Nostrum, vivía del Derecho, vivía un régimen de leyes, donde los mismos reyes estaban sujetos a los mandatos de Moisés.
¿Aprenderemos a ser sabios también nosotros? Más allá de un elenco moral para guiar nuestras vidas personales, ¿no está llamado a ser el Decálogo una inspiración para nuestras relaciones sociales y para ayudar a sentar las bases de una convivencia justa y humana?
Manuel Pérez Tendero