Hablar de Pilar es hablar de una piedra que sustenta algo. La tradición española habla de una aparición de la Virgen María al apóstol Santiago en los albores de nuestra era sobre un pilar junto al río Ebro. Aún no existía Europa, faltaban siglos para que surgiese el Islam, pero ya estaba arraigando el cristianismo entre los habitantes de la Hispania romana.
Cuando el imperio romano caiga y los bárbaros lleguen desde el norte, se va a construir en la península ibérica la primera nación propiamente europea: el reino visigodo. En concreto, un concilio muy cerca de nosotros ratificó este nacimiento: el tercer concilio de Toledo. J. Ratzinger dice que ese acontecimiento fue “un dato histórico, eclesiástico y europeo de primer orden… una fase de la historia española y europea… que ha creado futuro y ha construido Europa, produciendo unidad a partir de la fuerza del espíritu”.
El pilar que ha sostenido a Europa todos estos siglos ha sido su historia, su tradición, su camino común, lleno de fuerza y esperanza, para conseguir una sociedad mejor.
Hace ya más de doscientos años que este pilar empezó a resquebrajarse. Con la Ilustración se pretende construir una sociedad que rompe con su pasado, que no tiene en cuenta la historia: la naturaleza es suficiente para sustentar nuestra igualdad, libertad y fraternidad. Con el paso de los años, el marxismo y otros movimientos nos dijeron que tampoco servía la naturaleza, también había que romper con ella: no existe una naturaleza común que todos podamos compartir; al menos, no una naturaleza específicamente humana que nos distinga de los demás seres vivos.
Sin historia, sin naturaleza, casi solo nos queda el consenso, las urnas, la ley de la mayoría. ¿Qué futuro construiremos desde estos nuevos parámetros? Solo el tiempo podrá decirlo, pero el presente ya nos está haciendo ver algunos de los frutos de nuestra ruptura con todas las raíces: se nos escapa la esperanza y solo queda el miedo, que intentamos ahuyentar con mayores dosis de bienestar.
Hablando del presente y el futuro de Europa, un español sabio que ya nos dejó, reflexionando desde su tierra gallega escribía: “La ruptura con la memoria y herencias cristianas conlleva el abandono de la esperanza… y un latente miedo al futuro. Más que esperar y querer el mañana se teme el porvenir; por eso mismo la persona se hace incapaz de tomar opciones definitivas en su existencia, se vive fragmentariamente, en una división en la que la soledad e individualismo conducen a un inexorable decaimiento y desaparición de la solidaridad”. Eugenio Romero Pose sabía bien de lo que hablaba, conocía bien nuestra historia y nuestra sociedad.
España y Europa no solo se rompen desde los nacionalismos periféricos, sino desde el centro espiritual de su mismo ser.
En el corazón de la Hispania pagana, el apóstol Santiago, solo, lejos de su hogar, sintió también la tentación de la desesperanza: quiso marcharse, embarcarse en Tarragona para regresar a Palestina.
¿No es esta, también, la tentación de los sucesores de Santiago en este mismo suelo? ¿Qué hacer cuando hay tan poco fruto? ¿Cómo seguir sembrando si parece que nadie nos escucha? ¿Tendrá la Buena Noticia del Nazareno algo que decir a estos hispanos, tan lejanos a la cultura y la religiosidad judía? ¿Tendrá el Evangelio algo que aportar a esta sociedad que no quiere raíces ni pilares y busca mecerse amablemente sobre el viento?
Junto al Ebro y junto al Tajo, en los pequeños arroyos de nuestra antigua tierra; en lo alto de los montes, en las orillas del mar,… María, como ayer, vendrá para visitar a Santiago: hay futuro en esta tierra, hay esperanza, hay campo fértil. Habrá fruto.
Manuel Pérez Tendero