Un Verano Diferente

Un matrimonio de nuestra parroquia Javier y Sara, han aprovechado sus vacaciones, para realizar un viaje a Calcuta. Os dejamos su precioso testimonio, que sin lugar a dudas, dejara huella…

 

A veces el Espíritu Santo te hace plantearte cosas que ni por asomo habías pensado podría pasarte. Y, lo más curioso, a veces te encuentras diciendo “sí” a esas mismas cosas que nunca te habías planteado antes. Entre ellas está el haber conocido por casualidad a un seminarista de Madrid que, comentándonos que iba a ir este verano a Calcuta con las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, nos dijo de sopetón que nosotros, si queríamos, también podíamos ir.

Poder ir, allí, casi a la otra punta del mundo, a cuidar enfermos, a hacer tareas de todo tipo y condición, en un ambiente totalmente diferente, es algo obviamente muy relativo. No solo en referencia a cuestiones materiales (¿cómo ir?, ¿dónde alojarte?, etc) sino, sobre todo, acerca de una única pregunta: ¿seremos capaces?

Las primeras preguntas son bastante fáciles de responder. Un par de direcciones mail de hoteles cercanos a la Casa Madre, información básica de visados, vacunas y reglas fundamentales de qué y dónde comer y beber es más que suficiente. Además: no hay que avisar a las Misioneras que vamos a ir ni nada por el estilo, solo presentarte ahí y ya está. Y encima no sale tan caro como pensabas… por persona, y para quince días, entre 800 y 1000 € (todo incluido) dependiendo de la antelación con que se compre el billete de avión.

La segunda pregunta, como puede suponerse, es bastante más complicada. Por internet vas calmando tus miedos: no hace falta ninguna cualidad especial, las Misioneras cogen a todo el mundo, y, además, lees que hay tareas de todo tipo. Así que no hay que preocuparse….o sí.

            Y digo que sí porque, y pese a todas las facilidades que encuentras y que pensábamos a priori imposibilitaría el viaje desde el principio, la pregunta sigue aleteando en tu interior. Sabes que no haces falta en Calcuta, que no vas a cambiar nada; sabes que puedes ir a pelar patatas y volver prácticamente igual que has ido. Pero sabes que no es eso; sabes que en el fondo de lo que se trata es de ser capaz de mirar al otro, de encontrar el amor de Cristo en el enfermo. Y eso es bastante más complicado que barrer el suelo, tender la ropa o fregar platos. No es una cuestión de ayuda material sino de crecimiento espiritual. Descubres que al final vas a Calcuta para responderte a una pregunta que tenías apagada en tu interior.

A partir de ahí el viaje se transforma en una experiencia de búsqueda interior y exterior, una experiencia misionera para descubrir a Cristo tanto en el otro como en ti mismo. Descubrirte dando el paso y acercarte al otro es de las cosas más hermosas de la vida. Porque sabes que no es por ti mismo, que tú no tienes la suficiente fuerza e, incluso –reconozcámoslo– desearías estar en otro lugar. Es Él quien te ha puesto ahí, quien te ha dado las fuerzas para hacer lo que ni sospechabas podrías llegar hacer. Que puede ser mucho o ser poco –depende de las habilidades de cada uno– pero que siempre es y será más de lo que esperabas podrías llegar a dar.

Por supuesto que Calcuta está en todas partes, allí donde haya alguien al lado con sed; y por supuesto que no hace falta ir hasta tan lejos. Pero ir a Calcuta es siempre necesario para empaparse de Amor, para despojarse lo suficiente de uno mismo para darse cuenta de que con nuestras simples fuerzas no podemos nada, que todo radica en tener sed de Cristo y, al mismo tiempo, en dar de beber a ese Cristo que sufre en cualquier parte.

Total y resumiendo: ¿seremos capaces? Sí y no. No porque si por nosotros fuera seríamos incapaces de acercarnos a esa persona enferma y que nada tiene. Y sí porque, poniéndonos en las manos del Señor, descubrimos no solo el ser capaces, sino un agradecimiento especial a ese otro: no les ayudamos nosotros a ellos, nos ayudan ellos a nosotros a recuperar parte de esa humanidad que vamos dejando por el camino ocupados como estamos en mil tonterías.

¿La clave? Hacer parte de lo que hacen ellas, las Misioneras de la Madre Teresa. Porque vas a misa todos los días con ellas, hablas con ellas, rezas con ellas. Las contemplas rezar y ya sabes que no pueden tener otro secreto…

De regreso, ya en el aeropuerto, se te enciende otra luz: Calcuta, el verdadero “Calcuta”, empieza ahora, cuando llegas a casa…

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