Hacia el Domingo…24 de mayo de 2020: LAS CRÓNICAS DEL APOCALIPSIS

¿Qué tienen en común Las crónicas de Narnia, El Señor de los Anillos y el libro bíblico del Apocalipsis?

Ciertamente, muchas cosas. Hablemos de algunas de ellas.

En los tres libros es fundamental el uso del símbolo –a Tolkien le gusta hablar de “mito”–. El acceso a la verdad, sobre to24do cuando la aceptamos como misterio, necesita esa capacidad de la inteligencia humana para trascender, para imaginar, para superar lo evidente y atisbar perspectivas nuevas. Es el mismo misterio que refleja la poesía y, en el fondo, todo el lenguaje humano, verbal y no verbal.

Por otra parte, gracias al símbolo se puede realizar una unión de horizontes e historias: la situación de los cristianos de Éfeso, a finales del siglo I, se parece mucho a la de los cristianos europeos del año mil y a la de los cristianos que vivimos las dificultades del presente. Nerón y Domiciano pasaron, pero la Bestia, que los simboliza, sigue presente. Lo mismo sucede con el Señor Oscuro, o con la Bruja Blanca.

El tema de fondo de estas tres historias, y de muchas más que podríamos recordar, es la secular lucha entre el bien y el mal; con algunas características comunes.

El Mal siempre es aparece como superior al Bien y consigue inclinar la balanza a su favor: su victoria parece definitiva; pero, al final, las cosas suceden de otra manera: la “Magia insondable”, la fuerza del Cordero, la Providencia, hacen que la victoria final esté siempre del lado de los débiles, de un bien que cuenta siempre con menos fuerzas que las potencias del mal.

Debido a esta forma que toma el mal, como poder, como Bestia, como amenaza, la gran tentación es siempre la falta de esperanza: no se puede hacer nada ante la potencia del Dragón.

Estel, que significa “esperanza”, es uno de los nombres de Aragorn, uno de los protagonistas principales de la historia del Anillo. También los narnianos dicen que hay esperanza porque Aslan, el león, está cerca. Y ese es, también, el mensaje del libro del Apocalipsis que habla, no ya desde el mito, sino desde la cruda realidad de una comunidad perseguida en los tiempos de un emperador divinizado: el Cordero ha vencido al Dragón y su victoria se está desarrollando en la historia; por tanto, hay esperanza.

Por falta de esperanza, algunos dejan de luchar. Otros, como el mago Saruman, creen que solo hay futuro del lado del mal y, por eso, se convierte en esbirros suyos. “No hay nadie como la Bestia: ¿quién se le podrá resistir?”. Esta es la tentación del mal, solo hay dos opciones: la derrota o unirse a sus principios.

El miedo, la falta de esperanza, es la gran baza de la Bestia, del poder. Por eso, la esperanza es la base de la resistencia, de un futuro luminoso, de una posibilidad de lucha y perseverancia en el presente.

En Las crónicas de Narnia, el león Aslan –que simboliza a Cristo, el “león de la tribu de Judá”– parece esconderse y estar ausente cuando más se le necesita. ¿No es esta la sensación de muchos creyentes cuando aprieta la dificultad?

También en el Antiguo Testamento, los cínicos preguntaban al justo a la hora de perseguirlo: “¿Dónde está tu Dios?”.

Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión: cuarenta días después de su victoria sobre la muerte, Jesús resucitado deja a sus discípulos y vuelve al Padre. ¿Es la Ascensión el comienzo de la ausencia del Mesías y el signo de que todo habremos de realizarlo con nuestras propias fuerzas? ¿No nos ha dejado solos frente a las fuerzas del Mal, que aprieta por fuera y por dentro?

“Yo estoy con vosotros” les dijo a los Once en la montaña de Galilea. “El Mesías viene” grita la comunidad cada domingo. Es decir, la esperanza cristiana es fe (experimentamos la presencia poderosa de Cristo en la debilidad) y es también espera (su llegada definitiva es inminente).

Robustecemos la fe y nos afianzamos en la espera: construimos, así, la esperanza para renovar las fuerzas ante un futuro incierto que sabemos que está en las manos del Maestro.

Manuel Pérez Tendero