Ciudad de Paz

La violencia parece ser, por desgracia, uno de los signos de nuestro tiempo. Como en los principios de la historia, uno de los lugares más dramáticos donde se vive esa violencia es la relación entre varón y mujer. “Violencia de género”  se le llama a menudo. Pero la violencia, por desgracia, va más allá de un “género”: es también violencia por droga, por alcohol, por dinero, por deseos de posesión.

Como hemos podido comprobar esta semana de forma dramática, la violencia tampoco se limita a las relaciones entre varón y mujer. Hay también violencia de hijos hacia sus madres; hay madres que matan a sus hijos y, después, se suicidan. Existe violencia de clientes hacia los trabajadores de los bancos; violencia también en la política, aunque se esconda bajo las palabras de la demagogia. Es ya una plaga difícil de parar la violencia fundamentalista, así como la violencia racista. También el deporte, muy especialmente el fútbol, se convierte en lugar o excusa para practicar la violencia.

¿Qué nos está pasando? ¿Dónde están las causas de tanta violencia? ¿Cuáles podrían ser los caminos para buscar soluciones? ¿Se trata de multiplicar la presencia policial, o de contratar más seguridad privada? Tal vez el problema sea más profundo.

Cuando los políticos no se ponen de acuerdo para hablar de las reválidas en la educación, es muy posible que haya temas mucho más importantes de fondo que deberían estudiar.

Es muy llamativo que una sociedad que se escandaliza por tanta violencia real multiplique las películas y las series llenas de violencia, por no hablar de los video-juegos. No sé si no existirá una relación directa entre esta violencia-film y las grabaciones de los adolescentes con sus móviles.

La violencia no nos la ha traído nadie de otro planeta; tampoco es una cuestión personal de una serie de individuos fanáticos.

Si descendemos aún más, creo que también tiene que ver nuestra violencia con el ritmo al que nos estamos acostumbrando. Competitivos y rápidos, eficaces y superiores; sin límites, como tantos anuncios nos prometen en televisión. Una persona con principios y acostumbrada a saber pausar sus reacciones podrá vencer mejor las tendencias violentas que su instinto o las circunstancias le presenten. Alguien superficial, en cambio, acostumbrado a conseguirlo todo rápido, sin disciplina interior, será más moldeable por los demagogos y reaccionará con mucha mayor violencia ante los estímulos exteriores.

            Comienza el Adviento para los cristianos. Tiempo para fortalecer la esperanza. El primer mensaje que se oirá en las misas de este domingo está tomado de Isaías: “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas; no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”. La paz es la primera palabra del Adviento, porque estamos preparando el nacimiento del Príncipe de la Paz.

            ¿Cómo se consigue esa paz según el profeta? Caminando, dirigiéndose todos los pueblos hacia una meta común, Jerusalén, “ciudad de paz”, porque allí está la clave para nuestras relaciones y para reconstruir nuestras rupturas, “de allí saldrá la ley y la palabra del Señor”.

Necesitamos orientación, leyes humanas que construyan la paz, una moral responsable para que no nos engañen los falsos profetas, esos que prometen libertad y son esclavos de sus vicios, esos que hablan de paz y no dejan de gritar y denigrar a los demás.

Según Isaías, necesitamos, ante todo, a Dios. Lo decía también el autor de los primeros capítulos del Génesis: la violencia primera, la ruptura radical, la separación entre varón y mujer y entre el hombre y la tierra viene de la ruptura con Dios. Según la Biblia, el pecado es la causa fundamental de la violencia.

¿Se atreverá alguien a leer el libro sagrado? ¿Se atreverán los pueblos a escuchar a Isaías para ponerse a caminar? Tenemos esperanza.

Manuel Pérez Tendero