Con la cintura ceñida.

No sé cómo se encuentra la cintura de mi alma. No alcanzo a ver del todo el traje con el que mis decisiones y el amor de los otros va recubriendo lo que soy. No sé muy bien si me voy vistiendo para esperar, si ciño mi cintura para caminar, o me voy arropando para descansar.

Hace un mes se marchó el tesoro de la casa en la que vivo. Él sí sabía esperar: la enfermedad lo desvistió de carne y de fuerzas, hasta de voz; pero la fe ciñó firme sus huesos para esperar al Amigo. Nunca estamos del todo preparados para lo que llega; pero los demás nos acompañan y hacen humana y llevadera nuestra espera, la llenan de alegría.

Seguramente, la vida no es un camino hacia una meta que nos aguarda, o que creemos construir con nuestras fuerzas. Creo que es más una espera: Alguien viene a nosotros. Es verdad que la vida es un camino, pero no es menos cierto que otros se encaminan también hacia nosotros. Por eso siempre es posible la novedad, la superación de todos los dolores y la irrupción de nuevos horizontes cuando parece que todo está perdido y las salidas se han cerrado.

La vida no depende solo de mí, la alegría no es fruto de mis aciertos y la esperanza no me llega desde lo que ya soy y poseo. El camino está lleno de libertades que aman, de personas que buscan, de amigos que se dan.

Hasta el sufrimiento es puerta abierta a la amistad, a esa relación profunda que nos hace solidarios con quienes caminan con nosotros. Nadie puede llenar el vacío que dejan aquellos que amamos, pero sí pueden ayudarnos a vivir ese vacío con esperanza, hasta con alegría, como siembra profunda de una plenitud que es imposible sin la pérdida.

Mi vida está llena de otros rostros y mis caminos son posibilidad para el encuentro. Dios nos ha hecho así: ha querido que caminemos juntos y solo descubramos con ayuda el horizonte.

Dios no ha hecho así, con capacidad para ser rescatados y amados, porqué él está viniendo a nuestras vidas.

No creo solo en el camino de nosotros hacia Dios. Creo, ante todo, en el camino de Dios hacia nosotros. No creo solo que puedo ir avanzando, con ayuda, hacia el futuro: creo, ante todo, que el Futuro está viniendo a mí por puro amor. Junto a ese futuro pleno, creo que también está llegando todo el amor de mi pasado.

Hace un mes se marchó el tesoro de la casa en la que vivo. Como todos dicen, yo también pienso que nos encaminamos todos hacia el más allá, detrás de los que se han marchado; pero, como la fe nos sugiere, creo que no soy solo yo quien camina hacia la muerte con esperanza: es la vida quien viene hacia mí. Con ella, con Él, que es camino y vida, también llegan de la mano aquellos que ya nos han dejado.

Todo lo que no vi en mi pasado, todo el cariño insuficiente que salió del corazón, cada rostro que apenas aprendí a amar, están llegando de la mano del Amigo. Él viene cargado de presencias.

Con la cintura ceñida: así quiero esperar a aquellos que parece que perdí y a Aquel que siempre estuvo y yo solo a tientas puede ver. Todo mi pasado, recuperado, está llegando del futuro. Todas las lágrimas, bendecidas, son agua de vida que refresca nuestra angustia y transfigura el dolor. Él lo ha hecho posible.

Dios ha querido que este domingo peregrine en Betania, junto al sepulcro de Lázaro y la casa de Marta. Aquí, junto al sepulcro del amigo de Jesús, voy aprendiendo a esperar al Amigo y, con él, a todos los que pasaron por la tumba.

Hace un mes… El tesoro se ha marchado para regresar, aún más resplandeciente, de la mano de Aquel que lo forjó.

Manuel Pérez Tendero.