Europa

Ayer celebrábamos a santa Brígida, venida desde Suecia hasta Roma para dar testimonio de un tenor de vida femenino y cristiano. Mujer casada y, más tarde, religiosa fundadora. Es compatrona de Europa.

Mañana recordaremos a Santiago, hijo de Zebedeo, patrono de España. Su sepulcro, desde la edad media, ha dado a los europeos un rumbo común que les ha ayudado a construir el proyecto, hoy en crisis, que llamamos Europa.

Europa no es una realidad geográfica, no es algo dado, previo, que hemos de dar por supuesto. Ha sido una aspiración, un sueño, una construcción larga, un camino con dificultades. Una construcción cuyo símbolo podría ser el románico, con su arquitectura armoniosa y recogida, de medidas muy humanas y con capacidad para albergar el misterio. Un camino cuyo símbolo podría ser el Camino, recorriendo montañas y mares con la meta en el límite, en un sepulcro ungido de un apóstol de aquel Maestro que vivió en el otro confín del Mediterráneo.

La construcción no ha terminado, el camino no ha finalizado. Atacada desde fuera como nunca, en el corazón de su bienestar, Europa puede apreciar con mayor claridad su crisis interna.

Ya no parece haber meta clara en sus caminos erráticos. El europeo –y con él todos los habitantes del mundo– ha dejado de ser peregrino y se ha convertido en turista. Ya no tienen meta sus caminos: la posada, confortable, se ha confundido con el final. Ya no miramos a un futuro común, con esperanza: nos anclamos en un presente individual, con temor.

Nuestras construcciones ya no poseen la armonía y el misterio del hermoso románico. Construimos desde la apariencia y para el presente: no nos preocupa crear belleza que dure, ofrecer al futuro lugares de humanidad y trascendencia, espacios de comunión en el tiempo. Como mucho, nos atrevemos a ser conservadores de unas formas que otros crearon, pero sin acabar de comprender el espíritu que motivó y humanizó esas formas.

¿Quién seguirá construyendo Europa? Algunos han decidido marcharse. Otros, vienen a intentar destruir sus cimientos desde dentro. Otros, utilizan el nombre de Europa como excusa para construir sus propias parcelas de poder feudal.

El futuro de Europa se parece al futuro de la familia: una institución muy valorada por nuestros contemporáneos, pero que no están dispuestos a renunciar a su egoísmo para fundar familias nuevas.

Nos gusta la familia, pero la del pasado, aquella en la que nos cimentamos y a la que recurrimos cuando todo falla. Pero no queremos darnos cuenta que nuestra familia de referencia es fruto de la renuncia y el esfuerzo de nuestros antepasados. ¿Qué familias estamos fundando como referencia para nuestros nietos? ¿Sobre qué esfuerzos de amor se cimentará la autoestima de nuestros hijos, su alegría fundante?

También nos gusta Europa como construcción que hemos recibido del pasado, fruto de muchos siglos de esfuerzo y trabajo, de incomprensiones y perdón. Pero, ¿estamos dispuestos a seguir construyendo para el futuro?

No es solo la ecología natural lo que está en peligro para las futuras generaciones: lo están también las relaciones humanas, las instituciones que hacen posible nuestra convivencia social. Está en peligro la familia, por mucho que la valoremos; está en peligro Europa, por mucho dinero con el que contemos para negociar su reparto.

Otro de los patronos de Europa, el primero, fundamentó su proyecto en dos palabras latinas: “Ora et labora”. El trabajo compartido para transformar la realidad y la capacidad de trascender son las claves de la construcción de todo lo humano que tenga pretensiones de futuro.

¿Seremos capaces de seguir aprendiendo a trabajar y a rezar, codo con codo, para seguir construyendo espacios de esperanza y belleza?

Manuel Pérez Tendero