Marta

La gramática es puerta hacia la teología. Los fundadores de nuestras universidades lo sabían muy bien. La matemática, la literatura, la medicina; todo lo humano es ayuda para la trascendencia, porque trascender es una de las realidades más humanas.

Antes de hacerse carne la Palabra, ya se había hecho literatura: narración, poesía, palabra firme en boca de los profetas. Olvidar la gramática es desconocer la Palabra, ahí radica el mayor de los peligros de la religión: el fundamentalismo.

Por eso, lo humano, la poética, los géneros literarios, el estudio de la narratividad, nos ayudan a escuchar la voz del Maestro que nos habla en la Biblia. Quien busca, sin matices, la palabra de Dios en los textos bíblicos, guiado solo por su intuición o sus devociones particulares, no encuentra la voz de Dios, sino sus propias ideas. Hay que empezar por fuera para llegar bien dentro, hay que descender a lo más cotidiano para trascender a lo más sublime.

Uno de los ejemplos donde mejor podemos aplicar esta regla es en el episodio conocidísimo de Marta y María. Hermanas de Betania, representan ante Jesús dos actitudes diferentes; pero entenderíamos de forma insuficiente el texto si no tenemos en cuenta su dinámica literaria, sus claves narrativas, su aspecto más humano y gramatical.

Poner a la misma altura a las dos hermanas no brota del sentido literal del texto. Para empezar, Lucas nos dice que Marta recibió a Jesús en su casa. Marta, no ambas hermanas. Más tarde, el narrador nos presenta a Jesús dialogando con Marta: a María nunca se le da la palabra en la escena. La perspectiva del narrador es clara, y no coincide con nuestra perspectiva teológica, a veces precipitada: de lo que se trata es de la relación entre Marta y Jesús.

La elección de las lecturas de este domingo nos ayudan en esta misma dirección: la primera lectura trata de la hospitalidad de Abraham, que acoge a Dios en su casa y le sirve como buen anfitrión. Marta es el Abraham del Nuevo Testamento; ella, como el patriarca, acoge a Dios en el peregrino que pasa por su hogar. Acoger es servir, multiplicarse por el huésped, darle lo mejor. Y Marta quiere que María participe en esta acogida y servicio, que sea también anfitriona del Maestro.

Pero Jesús responde de forma inesperada a Marta. Ahí radica la lección fundamental del texto: el lector no esperaba la reacción de Jesús. A menudo, por buena voluntad, rebajamos las aristas del texto y sus sorpresas: y nos perdemos, entonces, la clave del significado. Con Marta, el lector queda sorprendido ante las palabras de Jesús.

Algo ha cambiado desde Abraham; Jesús no parece querer ser acogido, o viene a enseñarnos una acogida nueva. Lo dirá más tarde, cerca de Jerusalén: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”. Marta sirve a Jesús el alimento; Jesús sirve a María la palabra: Marta tiene que aprender de María la verdadera acogida.

La postura de María es sintomática: sentada a los pies de Jesús; como san Pablo, que se formó a los pies del rabino Gamaliel. Es la postura del discípulo, de aquel que aprende. Su actividad apunta en la misma dirección: escucha la palabra del huésped, oye, acoge su enseñanza. María es el símbolo perfecto del verdadero discípulo.

Esta es la lección que Marta debe aprender: el anfitrión verdadero del Hijo del hombre es quien se hace discípulo suyo y deja todo, también las inquietudes religiosas, para poner su vida a la escucha. En la mayoría de las religiones antiguas, la esencia es el servicio religioso a los dioses; con Jesús, la esencia de la religión es dejarse servir por Dios: él nos trae la palabra, el futuro, las claves de la vida. Dios es nuestro Maestro y la religión es discipulado. El amor llega en la palabra y la respuesta se vive en la obediencia.

Por eso, no es comprender correctamente el texto preguntarse si somos Marta o María. El narrador quiere que todos nos identifiquemos con Marta, también las monjas de clausura y los creyentes más contemplativos. Todos tenemos que aprender la lección, todos tenemos inquietudes que apaciguar y voces que acallar para que el cuerpo y la vida se sienten a los pies del que llega.

Manuel Pérez Tendero