Hacia el Domingo…1 de mayo de 2022: «LA GRAN TENTACIÓN»

El movimiento apocalíptico se desarrolló en el cercano Oriente en los siglos III a.C. hasta el III d. C. La literatura que generó es muy abundante. Algunos de sus escritos han pasado a nuestras Biblias, en el Antiguo y el Nuevo Testamento. El caso más claro es el libro del Apocalipsis de san Juan.

            El fenómeno apocalíptico ha vuelto a resurgir en la historia en muchos momentos.  Todos hablan del fin del primer milenio, pero también fue fundamental el siglo XIV, así como el siglo XIX, a lo largo del cual surgieron muchas sectas apocalípticas ligadas, de una forma u otra, al cristianismo. Creo que, en estos momentos, también estamos en un momento de clara presencia del movimiento apocalíptico.

            Este espíritu suele surgir en momentos de crisis, cuando el futuro es incierto y faltan las fuerzas para reorientar la sociedad hacia el bien y la paz. La única solución a la situación del mundo se ve en un desastre total, que acabe con todo e inicie una nueva época de prosperidad. Esta destrucción y nuevo amanecer se espera de arriba, de las fuerzas celestiales.

            Decíamos la semana pasada que, en estos días después de la Semana Santa, la Iglesia nos propone la lectura de la primera carta de san Pedro, para ayudarnos a beber en las fuentes originales del cristianismo. Otro de los libros que se nos proponen es, precisamente, el libro del Apocalipsis o Revelación.

            Algunos investigadores piensan que este libro significa, no tanto la inserción en el cristianismo primitivo del movimiento apocalíptico, sino una corrección del mismo. La fe en Jesús de Nazaret ayuda a comprender de una forma más profunda y matizada las inquietudes apocalípticas de la humanidad.

            Creo que este intento de «educar la apocalíptica» es muy adecuado también para el tiempo presente. Hemos de leer el libro de san Juan de forma profunda para aprender a orientar nuestros miedos y nuestra impotencia ante el mal.

            En los evangelios canónicos también tenemos un discurso final de Jesús, antes de la Pasión, con tonos apocalípticos. La intención de ese discurso es, ante todo, ayudar a los creyentes a no caer en la tentación del engaño y la desesperación: «Vendrán muchos diciendo: ‘Yo soy’. No les hagáis caso…». Es la misma intención que pretende el libro del vidente de Patmos, la misma intención que también hoy se hace necesaria. La petición del Padrenuestro –«No nos dejes caer en la tentación»– adquiere una densidad importante cuando aprieta la dificultad y la luz parece alejarse.

            Una de las claves del Apocalipsis es la figura del Cordero, degollado y en pie, muerto y resucitado. Victorioso sobre las fuerzas del mal, sobre el Dragón, Jesús sigue siendo simbolizado por un Cordero: la victoria que viene de Dios tiene siempre la forma de un Cordero, jamás la de un Dragón. Una de las tentaciones más perversas del mal es la de seducirnos para luchar contra el mal con sus mismas armas: en ese caso, gane quien gane, el mal ha vencido.

            El Cristo-Cordero ya ha resucitado: la fe en su victoria ayuda a los cristianos a luchar con esperanza y con sencillez, con la seguridad de quienes se saben en manos de Dios. Tal vez sea esta la gran diferencia entre el movimiento apocalíptico general y la escatología cristiana: la esperanza, la confianza. En el fondo, la gran diferencia radica en la fe, en la seguridad de la victoria del Cordero y su señorío sobre el mundo.

            Por otro lado, en el Apocalipsis aparecen dos dimensiones complementarias de la vida del creyente: es rey y sacerdote, vive en la historia y celebra la liturgia, está en el mundo y vive en la presencia de Dios. La «ley del péndulo» nos ha confundido siempre: no podemos separar la lucha en medio del mundo de la dimensión trascendente de la fe cristiana. La historia y la liturgia son las dos claves sobre las que gira el drama del Apocalipsis. También nosotros, alimentados por la liturgia y aprendiendo a discernir desde ella, afrontamos nuestros compromisos y sufrimientos en medio del mundo, sabiendo que nada se siembra en vano, que todo tiene fruto a los pies del Cordero.

Manuel Pérez Tendero