Hacia el Domingo…11 de julio de 2021: «EL EQUIPAJE DE LA MISIÓN»

Uno de los datos históricos más ciertos sobre Jesús de Nazaret es que se rodeó de un grupo de discípulos, Jesús no realizó una misión en solitario. También sabemos que, entre todos sus discípulos, designó Doce para una tarea más concreta, para una mayor cercanía a su persona.

A estos Doce, en un momento determinado de su ministerio –no sabemos si lo hizo más de una vez–, los envió a realizar la misma misión que Jesús estaba llevando a cabo. Su tarea consistió, ante todo, en tres cosas: predicar la conversión, expulsar demonios y curar enfermos.

¿Por qué hizo partícipes Jesús de su misión a estos pescadores que apenas estaban preparados como discípulos?

La Iglesia se siente enviada, como aquellos primeros discípulos, a lo largo de toda su historia. Jesús la ha colocado en situación de misión por siempre, hasta que él vuelva.

¿Cómo podrían prepararse de forma adecuada los apóstoles para la tarea del Evangelio? Ha habido muchas experiencias de formación a lo largo de la historia.

Si nos fijamos en el texto del envío, tal como lo relata san Marcos, encontramos algunas claves que no deben faltar en esta preparación de los misioneros.

Jesús no parece enseñarles métodos concretos o estrategias para conseguir un éxito mayor. Tampoco se nos dice mucho del contenido de su predicación. El texto del envío insiste, ante todo, en lo que deben llevar los enviados en sus mochilas. Mejor aún, se nos dice, más bien, lo que no deben llevar: pan, alforja, dinero y túnica de repuesto. El desprendimiento parece una de las claves de la capacitación de los apóstoles de Jesucristo. Cuanto más llevan, más difícil es moverse, como los peregrinos que se dirigen a Santiago con la mochila a sus espaldas; cuantos más medios, menos misionera es la tarea.

San Marcos sí nos dice lo que Jesús pide a sus discípulos que lleven. Su equipaje se podría resumir en cuatro aspectos.

Deben llevar sandalias y bastón. En la versión paralela de san Mateo y san Lucas, también se eliminan estas dos prendas de vestir y caminar. Estos evangelistas quieren subrayar, de una manera radical, el desprendimiento del apóstol. San Marcos, en cambio, ha conservado las sandalias y el bastón como una referencia a cómo debían comer la cena pascual los israelitas en Egipto: con las sandalias puestas y el bastón en la mano, dispuestos para la marcha. Esto es la misión para san Marcos: situarse en éxodo, en camino, en salida, siempre de paso.

La propia misión de Jesús es definida desde las claves del éxodo en los evangelios. Sus discípulos, con el signo de las sandalias y el bastón, participan en el éxodo de Jesús, en su misión de conducir a la humanidad a la tierra prometida definitiva. Hacerse cristiano significa convertirse en peregrino: por eso, los misioneros deben ser profetas de la peregrinación, deben vivir sus propias vidas y su misión como un éxodo.

Además de las sandalias y el bastón, Jesús envía a los discípulos “de dos en dos”; es decir, para el camino no puede faltar un compañero. El medio más eficaz para que la predicación tenga fruto es la comunión: cuando es tarea compartida, la evangelización tiene éxito. Suele suceder, en cambio, que el compañero nos estorba para la tarea y necesitamos cada vez más medios para llevarla a cabo. Tal vez, deberíamos aprender los medios que Jesús nos pide: menos cosas y más compañía.

Por último, existe un utensilio fundamental que Jesús reclama para la misión. Es el primero de todos y se recibe como regalo: la gracia de la autoridad. Jesús envía a los Doce “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”.

Como el compañero, la autoridad no pertenece al ámbito de las cosas, sino de la persona; la autoridad no depende de los medios con los que contamos ni de las estrategias aprendidas: es una cualidad de la persona que se recibe como gracia y se educa en el amor y el sufrimiento.

La semana pasada, tres jóvenes de nuestra diócesis fueron incorporados al ministerio de la misión. No sé con cuánta maleta llegarán a las parroquias en que deben servir: espero que no falten los cuatro ingredientes que Jesús pide a sus apóstoles.

Manuel Pérez Tendero