El ser humano ha hablado siempre de forma metafórica. El ser humano, también, ha contado historias para comprender su vida y transmitir sus reflexiones.
En el pueblo judío esta característica es especialmente significativa. La Biblia es, sobre todo, un conjunto de historias donde se entrecruzan los tiempos del pueblo y, al contarse, al ser apropiadas por cada generación, se va construyendo una comunidad que atraviesa el tiempo.
Dicen los rabinos que la misma Torah, la Ley más sagrada de Israel, no es sino un relato, una historia; así comienza: Bereshit, “en el comienzo”, “érase una vez…”.
Cumplir la ley es formar parte de una historia, vincularse a un pasado vivo, a una comunidad que atraviesa el tiempo y se sabe testigo de un Dios que es eterno.
En la Biblia se cuentan grades historias, como la del éxodo, y también historias más breves, como la de José y sus hermanos, la preciosa historia de Rut, o la cómica historia de Jonás. Aún existen otras historias más breves, minúsculas: son las parábolas.
Tal vez, la más hermosa de ellas la contó el profeta Natán a David, el rey, para hacerle reflexionar sobre su propio pecado.
Normalmente, las parábolas son historias ficticias que, dando un rodeo, nos hacen caer en la cuenta de una realidad que no sabemos ver. A través de la ficción, la parábola nos habla de la realidad más cercana y verdadera.
La vida es tiempo, relación; la vida tiene un sentido, una orientación: por eso, la parábola, con su trama, es más adecuada que el concepto para explicar la vida, para entrar en su misterio.
Los rabinos, después de escribirse los textos bíblicos, también usaron las parábolas como medio para entrar en el misterio de la ley de Dios. La parábola, para ellos, es un servicio para comprender y vivir la Ley.
Un rabino de Galilea, también utilizó la parábola como medio para expresar su mensaje. Es más, lo hizo como nadie: la parábola fue el medio habitual para comunicarse. Jesús puede ser definido como un “contador de parábolas”; el género parabólico lo define a él como a ningún otro rabino.
En Jesús, la parábola no sirve para explicar la Torah, sino para acceder al misterio del Reino de Dios. El tema, por tanto, es un poco diferente.
Pero Jesús y los rabinos coinciden en algo que nosotros, a veces, hemos olvidado: la parábola no se dice para ser explicada, sino para explicar con ella otra realidad. Pensemos en la parábola del hijo pródigo: ¿por qué la contó Jesús? Lo dice muy claro el evangelista: para responder a aquellos que criticaban que Jesús comiera con pecadores y publicanos. Es decir, con sus parábolas, Jesús explica su forma de comportarse, las paradojas de su vida y su misión. Cuando está a punto de ser entregado, les habla a sus discípulos de un grano de trigo que, si no muere, no puede dar fruto.
La parábola, por tanto, explica el Reino de Dios; pero, por otro lado, explica el comportamiento de Jesús que, para muchos, no acaba de ser lo que esperaban del enviado de Dios. Es decir, el Reino de Dios llega con la forma de actuar de Jesús: las parábolas ayudan a los discípulos y a todos los que quieran escuchar a comprender el misterio del Reino, las paradojas de un Dios desbordante que cuida de su pueblo y abre su amor a todos.
Con Jesús actuando llega la soberanía de Dios, su reino sobre la historia. Pero esto no es algo evidente; no es como el pueblo esperaba. ¿Quién fue capaz de ver en la vida de Jesús y, sobre todo, en su muerte, el poder de Dios y su gobierno sobre la historia? ¿Dónde está la victoria definitiva sobre el mal?
¿Quién sabe ver, hoy también, la victoria de la misericordia de Dios sobre un mundo que se encamina, al parecer, a la desesperación?
Las parábolas vienen en nuestra ayuda: el Reino no es evidente, es misterio. Para comprender el Reino de Dios sobre este mundo necesitamos escuchar las parábolas de labios de Jesús y aprender a acogerlas desde la fe.
La fe es la respuesta adecuada a las parábolas del Reino.
Manuel Pérez Tendero