Se ha publicado, en la editorial Trotta, una nueva traducción del Nuevo Testamento, con un comentario muy amplio. Pretende ser una versión muy moderna y muy científica, “muy necesaria en el ámbito español”, según sus editores.
Una de las cosas “modernas” que aporta este comentario es atribuir a san Pablo el nacimiento del cristianismo. Y una de las cosas “científicas” que nos dice es que los demás comentaristas están equivocados: solo los autores de este comentario, por fin, están libres de prejuicios y nos ofrecen una versión objetiva y, supongo, definitiva, de los orígenes del cristianismo.
Otra de las cosas “modernas y científicas” que se nos dicen es que, para comprender los evangelios, la fe es un estorbo y un prejuicio.
Creo que cualquier persona con un poco de formación estará informada de estos tópicos, propios del siglo XIX.
Supongo que san Marcos, cuando escribió su evangelio, pretendía que sus “lectores ideales” fueran agnósticos o, al menos, dejaran la fe a un lado cuando se ponían a leer las Escrituras. Supongo que el mismo Jesús, el histórico, el real, dejaba la fe a un lado cuando se ponía a predicar o llamaba a sus discípulos y les enseñaba a orar.
“Nada nuevo bajo el sol”, diría el sabio bíblico.
En cambio, una de las cuestiones más científicas, en la que se insiste más según pasan los años, es que Jesús fue un judío con fe, piadoso, partícipe de las tradiciones de su pueblo.
Por otra parte, una de las dimensiones más importantes de la hermenéutica consiste en aceptar la perspectiva del que escribe, no prejuzgar desde nuestra ideología lo que nos dice.
En tiempos de Jesús, ya hubo mucha gente que no le comprendió y no quiso aceptar su visión de Dios, del mundo y de la religión. Lo hicieron, tanto los extranjeros y poderosos, como los miembros de su propio pueblo. Pilatos y los sumos sacerdotes, también algunos escribas, rechazaron las pretensiones de Jesús y precipitaron su muerte.
Según estos personajes –en esto coinciden con los “nuevos comentarios bíblicos”–, Jesús fracasó en la cruz. Según los discípulos, que han dejado su huella en los textos bíblicos, este fracaso fue voluntad de Dios y significó la victoria definitiva del Mesías.
Otra coincidencia entre aquellos antiguos que rechazaron a Jesús y los modernos “científicos” es que lo hacen desde el poder, con una propaganda bien construida que intenta convencer a la masa para que tampoco acepten las pretensiones de Jesús. Aquellos lo consiguieron, estos, a menudo, también.
Este es el Rey del universo que hoy celebramos: el Mesías crucificado que, a los ojos de los que se pretenden modernos y científicos, ha fracasado. Ya lo decía san Pablo: “Escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero, para los llamados, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
La cruz de ayer, ¿no se traduce, hoy, en esta tergiversación de la verdad sobre Jesús? En el siglo I y en la actualidad algo sigue siendo fundamental: la fe es la única manera de comprender a Jesús de Nazaret. Solo cuando amas a alguien puedes conocerlo, solo cuando aceptas su perspectiva, que no suele ser la tuya. Solo un discípulo puede comprender a su maestro. Por otro lado, la empatía es un principio fundamental de la hermenéutica. Una fe libre, profunda, contrastada: tan peligrosos son los pretendidos científicos como los fundamentalistas que se les oponen.
Jesús hablaba de conversión: ¿cómo comprender a Jesús desde la atalaya de nuestra autosuficiencia?
Está de moda ponerse el título de científicos y modernos para escandalizar a la gente sencilla. Pero no es moderna ni científica esta pretensión. Interpretar no es juzgar, el historiador verdadero, entre otras cosas, es humilde.
Cristo, fracasado para muchos, es el rey: eso es lo que hoy celebramos a los pies de una cruz.
Manuel Pérez Tendero