Hacia el Domingo…28 de noviembre de 2021: «VIVIMOS DE ESPERAR»

Se acerca la Navidad y, cada año con mayor antelación, nos preparamos para su celebración.

Ante la llegada de una nueva ola de virus, también intentamos prepararnos para afrontarla con sensatez y prevención.

De alguna manera, toda nuestra vida consiste en prepararnos para los diversos acontecimientos que nos sobrevienen. Por eso, cuando no hay nada en el horizonte, cuando no esperamos ninguna novedad, nuestra vida se llena de rutina y, en algunos casos, experimentamos el amargo sabor del sinsentido.

Los grandes líderes de la sociedad son aquellos que proponen metas ilusionantes y accesibles, que nos ponen manos a la obra para construir futuro y, por ello, motivan nuestro presente. La falta de futuro se traduce en falta de actividad en el presente y ausencia de motivación interior.

Este domingo, cuando noviembre llega a su fin y el invierno empieza a visitarnos, la Iglesia recuerda el Adviento; una palabra latina que significa “Venida”: es la condición radicalmente expectante del cristianismo.

Todo el Antiguo Testamento consiste en una gran promesa que se alarga y que pone al pueblo en camino. Esa larga espera, para algunos judíos del siglo primero, terminó cuando nació en Belén el hijo de una mujer de Nazaret. Él era la realidad de una promesa esperada durante siglos.

Muchos de sus contemporáneos, en cambio, no creyeron que la vida de aquel profeta, llena de palabras con autoridad y de milagros entre el pueblo, fuera suficiente para acoger en su persona las grandes promesas de Dios.

Nosotros somos herederos de aquellos judíos que sí vieron en Jesús la carne de la promesa, el sí de Dios a su pueblo y a la humanidad.

La Navidad es celebración de esta espera cumplida que sucedió en el pasado.

Pero los creyentes continuamos a la espera: el Reino es siembra y crece en la historia con delicadeza para respetar nuestra libertad. Por eso, seguimos esperando la plenitud de aquello que ya hemos recibido, seguimos esperando la espiga granada de una siembra que ya está hecha.

El Adviento, entonces, no es solo recuerdo de una espera pasada que se cumplió en Belén: es la condición de vida presente de los creyentes. Vivimos atentos a la llegada definitiva del hijo de María, del Maestro de Galilea, del Amigo que nos ha amado.

Debajo de todas nuestras esperas, por tanto, late su gran espera. Debajo de los acontecimientos que nos sobrevienen y que llenan nuestra vida de actividad y proyectos, está una presencia que es la gran tarea de nuestra vida.

Por eso, nuestro presente está configurado por ese futuro, no lejano, en el que se producirá el encuentro final entre este mundo y su Creador, entre la Iglesia y su Señor, entre cada uno de nosotros y el Amigo que nos regaló la fe.

Todas las demás esperas, todas las demás preparaciones y actividades, todos los temores y las ilusiones, quedan configurados desde la llegada de Aquel que nos ha prometido la vida. Todo queda supeditado a su presencia: lo bueno y lo majo, lo ajeno y lo propio, los social y lo personal.

Este futuro cierto, cargado de presencia y de vida, llena al creyente de motivación y tarea, de ilusión y apertura hacia la plenitud. La vida moral de los creyentes brota de esta preparación para llegada del Mesías; también los sufrimientos, que a veces parecen desbordarnos. Los males del mundo, también sus promesas, quedan redefinidos desde la espera del Señor de la historia: la preocupación, por ello, nunca nos desespera.

También la pastoral de la Iglesia, las actividades que debe privilegiar, deben estar marcadas por esta vida en espera que define a todo el pueblo de Dios.

Comienza el Adviento para ayudarnos a reflexionar sobre nuestras actividades y motivaciones, para reconstruir desde dentro la radical condición expectante de la vida cristiana.

Manuel Pérez Tendero