Los que trabajan por la paz

Una vez más, el mundo quiere comenzar el nuevo año bajo el signo de la paz. El día primero de enero, desde hace cincuenta años, se celebra la Jornada Mundial de la Paz. Cada año, desde Pablo VI, el papa envía un mensaje de paz con motivo de esta Jornada. Leyendo el mensaje de este año, me siento invitado a reflexionar en torno a la paz como fruto y como signo.

“La paz es fruto de la justicia” dice la Biblia. La paz se construye, no es un sentimiento superficial ni un tópico que enviamos por medio de las redes sociales. Necesitamos la paz: la paz mundial, la paz en el hogar, la propia paz interior de cada persona que está llamada a ser feliz. Pero, como todo fruto valioso, solo podremos obtenerla por medio de una larga y continuada siembra, sin ceder a la tentación de buscar atajos falsos –llenos de violencia– para una paz impuesta que no dura y no es para todos.

La séptima bienaventuranza del Maestro de Belén también lo deja muy claro: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. La paz es fruto del trabajo, es una tarea común a todos, que necesita del esfuerzo personal e institucional. Como todo lo valioso, la paz es una realidad frágil, que necesita ser reconstruida y alimentada día a día.

Solo pueden ser llamados hijos de Dios los que trabajan por la paz; “solo la paz es sagrada” dice el papa Francisco, no existe guerra sagrada, no existen caminos hacia Dios fuera de los caminos de la paz.

Porque es siembra, la paz tiene mucho que ver con la educación; en la familia y en la escuela. La paz requiere un trabajo con discernimiento: hay actitudes, imágenes, formas de comportarse, supuestos valores, ideologías,… que, aunque no muestren de inmediato su cara más sombría, son siembras de violencia. La ruptura, el griterío, las actitudes despectivas a las que nos acostumbramos, la estimulación hiperbólica que nos llega por todos los medios, la acumulación de tareas, aunque sean buenas: hay muchas cosas que nos quitan la paz y, sin darnos cuenta, van minando nuestra capacidad para tener unas relaciones sosegadas con los demás.

Revestir de una pintura de paz nuestro mundo sin sanar la raíz, sin trabajar con esfuerzo, sin sembrar valores profundos a largo plazo, no conseguirá traer la verdadera paz para todos y para siempre.

La paz es un fruto que también hemos de pedir. Dios, el de Belén, trabaja con la libertad del hombre para superar el pecado y construir la justicia, para instaurar la alianza que es comunión en la que todos caben, también los pecadores.

La paz es un fruto, y es también un signo.

Deberíamos aprender a discernir los caminos de la vida desde el criterio de la paz. Toda propuesta que lleva consigo el uso de unos medios violentos, aunque esté presentada de forma atractiva y nos prometa paraísos de bienestar, debería ser rechazada.

La paz es luz para el camino, criba de vida que nos ayuda a distinguir el trigo de la cizaña. Ninguna violencia es humana, ninguna violencia conduce a la paz. Todos sabemos distinguir a los violentos, no solo cuando actúan: también cuando hablan, hasta en el contenido de lo que dicen. Invitan al desencuentro, siempre hay personas que estorban en sus proyectos. Para muchos ideólogos y profetas de un supuesto futuro mejor, no todos cabemos en su programa. No es difícil reconocerlos, aunque se revistan de piel de cordero. Solo necesitamos que no se nos enturbie el alma por la desesperanza.

No vivimos en un mundo de paz, la violencia parece enseñorearse de nuestras relaciones. A principio de año, queremos dar pasos hacia unas relaciones nuevas. La paz será nuestra guía y el acicate de nuestro esfuerzo.

¡Feliz Año Nuevo!

Manuel Pérez Tendero