Para vos nací

Murió hace pocos meses. Recuerdo su hospitalidad y la amabilidad con la que me atendió en su casa, junto a su mujer, en un pueblo perdido de la serranía del Alto Tajo, junto al monasterio de Buenafuente del Sistal. José Luis Perales era un artista. Me habló, sobre todo, de la belleza y el significado del “número áureo” y su perfecta armonía. Cuadros pintados desde esta proporción: toda su casa era una construcción ideada para ser lugar armonioso que suscita belleza apacible.

Recuerdo bien una fotografía muy bella que me enseñó: una puesta de sol que rasgaba las nubes con un color rosáceo. En la parte de atrás había escrita una frase: “Dicen que el velo del templo también se rasgó”. “¡Esto es el arte!” me repetía emocionado. “La fotografía es bella pero, gracias a la frase, se ha convertido en arte”.

Una frase tomada del Evangelio, cuando Jesús moría, colocada como mensaje al lado de las nubes, abría la fotografía a un mundo nuevo y rico de comunicación humana. El parecido entre ambas realidades era el “rasgado”: las nubes y el velo del templo.

Todos los años, los seminaristas colocan un Belén sencillo a la entrada de nuestro Seminario. Como nos sucede al contemplar todos los belenes, solemos fijarnos en las figuras, el moldeado de las casas, los pequeños detalles,… Este año, una frase preside las figuras y las casas, una frase bien conocida, que forma parte de uno de los poemas místicos de Teresa de Jesús: “Para vos nací”.

Cuando vi por vez primera el belén y la frase me acordé de Buenafuente del Sistal y de José Luis con su fotografía. ¡Esto era arte! Aquel pequeño belén dejó huella en mi mente y en mi sensibilidad, interrogó mi mirada, se convirtió en semilla de misterio sembrada en el corazón. Aquello era arte, posibilidad de belleza que dice algo, que nos invita a pensar, a contemplar, a interrogarnos.

Dos realidades bien distintas –una frase literaria del siglo XVI español y la representación de una escena histórica del siglo I en Israel– se unían para iluminarse mutuamente. Lo común, el “nacer”.

En la poesía de Teresa, la amiga del Amado habla de sí misma: ha descubierto que su vida entera, desde su concepción, tiene un rumbo, un sentido, un horizonte: Jesús de Nazaret. Ella no quiere vivir para sí misma, no ve en sí misma y sus proyectos el porqué de su existencia. Toda ella, radicalmente, desde el nacimiento, es para otro, para él, “para vos”, para el amigo.

En el belén estamos contemplando también un nacimiento, pero ya no el de Teresa. El sujeto que habla, por tanto, ha cambiado: quien habla ahora es Jesús, nuestro Maestro, aquel cuyo nacimiento celebramos y se representa en el belén. El nacimiento, las figuras, se convierten en un mensaje para el que lo contempla. El “vos” de Teresa es ahora el creyente, el que observa la obra de arte. Jesús le habla directamente: el sentido de Belén, del nacimiento del Hijo de Dios, de la Navidad, está en ti, que contemplas esta representación.

Como Teresa, tampoco Jesús vive para sí mismo, tampoco su existencia toda, desde Belén al Calvario, está centrada en sí mismo: él ha nacido para otros, para los demás, “para vos”, que hoy celebras la Navidad.

Esto debería ser toda obra de arte cristiano: un mensaje del Maestro a sus discípulos, un interrogante a nuestra fe, una invitación a entrar en el misterio, una llamada al diálogo personal de quien nos transciende y nos ama.

A veces, hemos confundido el arte religioso con la mera temática religiosa de unas figuras o unas pinturas; es un error. El verdadero arte religioso es trascendente, nos ayuda a ir más allá de lo que se ve, nos empuja a buscar y escuchar el misterio. El arte no es solo perfección: es comunión en la belleza. El arte no es solo obra: es materia hecha signo de alguien que busca comunicarse y espera respuesta; el arte es voz humana.

Esa voz, ahora, se ha hecho vehículo de la Palabra del gran Dios. El arte, ahora, encuentra su vocación más genuina al poder transmitir el mensaje del Inefable.

Esto es Navidad.

Manuel Pérez Tendero