Todos somos obreros, como el carpintero

No vino al mundo para ser poderoso; no vivió entre riquezas y no tuvo privilegios. Todo le venía del Padre y nada le faltaba.

Nació y creció en el seno de una familia humilde, renunciando a su condición de Hijo de Dios en lo externo. Él, Jesús, no se creía más que nadie, al contrario, la humildad fue su sello de identidad. No movía un dedo sin el Padre, sabía que eran uno y conocía su misión a medida que se iba encontrando con un pobre; con un ciego; con una mujer seca y sedienta a causa del pecado; con un rico que no conocía la verdadera riqueza del corazón, que no se había parado a escrutar su interior.

Estamos demasiado afanados en lo urgente y efímero. Hay que revisarse continuamente para saber si trabajamos como lo hacía aquel pequeño, codo a codo “junto al banco del carpintero, en el taller de José (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3)” (Compendio DSI 259).

“En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. Deben, ante todo, preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida (cf. Mc 8, 36). Los tesoros de la tierra se consumen, mientras los del cielo son imperecederos: a estos debe apegar el hombre su corazón (cf. Mt 6, 19-21)” (Compendio DSI 260).

Eso sí, “ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (cf. 2 Ts 3, 6-12). Al contrario, el apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar «vivir en tranquilidad» con el trabajo de las propias manos, para que «no necesitéis de nadie» (1 Ts 4, 11-12), y a practicar una solidaridad, incluso material, que comporta los frutos del trabajo con quien «se halle en necesidad» (Ef 4, 28)” (Compendio DSI 264).

Como en todo, se trata de encontrar un equilibrio y de saber dónde ponemos el corazón: en Aquel que, sin serlo, se hizo semejante a nosotros para salvarnos. Lo único que nos pide es que creamos en Él; que confiemos en Él y que trabajemos con Él.

Equipo de Pastoral Obrera