Quizá muchos no conozcan ya el sentido original de la palabra “talento”; pero creo que la mayoría ha oído hablar de la “parábola de los talentos”.
Tenemos dos versiones muy distintas de esta parábola en los evangelios: en san Mateo y en san Lucas; no coinciden ni en el mismo título: talentos, en Mateo, minas, en Lucas. Se trata de dos monedas diferentes: un talento vale sesenta minas; una mina, cien denarios; el denario es el jornal de un trabajador. San Mateo, por tanto, trabaja con cifras de dinero más elevadas que san Lucas.
Seguramente, todos conocemos mejor la versión de san Mateo: el que recibe cinco talentos negocia y consigue otros cinco; lo mismo hace el que recibe dos, que también consigue doblar la cifra. Por fin, el que recibe un talento lo esconde y no gana nada. El señor de esos esclavos, cuando regresa, felicita a los dos primeros y castiga severamente al tercero.
Una vez más, las parábolas de Jesús nos sorprenden: parece no haber equilibrio entre la falta y el castigo. De hecho, tenemos una versión apócrifa de la parábola, en el evangelizo de los nazarenos, que intenta suavizar el desequilibrio. En esta versión, el tercer esclavo derrocha el dinero con prostitutas y flautistas, lo cual nos recuerda al hijo pródigo; se intenta aumentar el delito del tercer siervo para comprender el castigo del señor.
Hay dos datos que llaman la atención y que no esperábamos: a los dos primeros siervos, el señor, además de felicitarlos, les dice: “Entra al gozo de tu señor”. De esta manera, el nivel parabólico se confunde con el nivel de la aplicación: la parábola no trata sobre el dinero para hacer rico a un señor, sino sobre la actitud de los siervos con respecto a los bienes de ese señor; la parábola no trata sobre las relaciones económicas, sino sobre las relaciones con Dios y su implicación en nuestro propio futuro.
Por otro lado, llama la atención la larga conversación del tercer esclavo con el señor, a diferencia del breve diálogo de los dos primeros. En este tercer caso, el esclavo se atreve a definir al señor como “exigente y recogedor de frutos que no ha sembrado”; en esta definición, de hecho, justifica su actitud: el temor le ha paralizado. ¿No está aquí el gran reproche del señor?
La idea que el tercer siervo tiene del señor le ha impedido trabajar con los bienes de su amo. El miedo al señor le ha paralizado y le ha impedido cumplir su voluntad.
Nuestras biblias traducen, normalmente, “siervo malvado y perezoso”. No es una traducción imposible, y puede relacionarse con la causa profunda del siervo, que no se dice en el texto. Como no ha hecho nada con el talento, como no ha arriesgado, suponemos que era “perezoso”.
Pero el término griego original significa, más bien, “indeciso”, “miedoso”; lo cual cuadra mejor con el temor que acaba de reconocer el propio siervo. No ha sido tanto la pereza de la voluntad, sino el temor de la persona lo que ha paralizado al tercer siervo.
La parábola de los talentos, colocada por san Mateo al final de su evangelio, tiene como mensaje principal una llamada de atención de Jesús-señor a sus discípulos-siervos para que trabajen con todo aquello que han recibido, que den frutos de buenas obras para poder ser reconocidos por el señor y entrar con él en el gozo definitivo.
Pero esta llamada a la acción, al riesgo, a las obras, tiene mucho que ver, no solo con nuestra actitud de mayor o menor iniciativa, sino con la imagen que tenemos del señor: ¿es bueno predicar el esfuerzo desde el miedo? ¿No será más fructífero hacerlo desde el lado positivo, desde una relación más cercana con el señor que nos da responsabilidades porque nos ama?
Lo que más importa no es cuánto hemos recibido, ni cuánto hemos ganado: lo que importa es trabajar por amor al señor; lo que cuenta no es tanto el resultado, sino el hecho de que, trabajando, nos construimos como verdaderos siervos que se hacen amigos del señor. El esfuerzo nos forja: al dueño no le importan las ganancias, sino los trabajadores.
Manuel Pérez Tendero