Hacia el Domingo…25 de marzo de 2018: «HÁGASE»

El día veinticinco de marzo, nueve meses antes de la Navidad, recordamos la encarnación del Hijo, la Anunciación a María. Este año, esta jornada coincide con el Domingo de Ramos: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén… para su Pascua definitiva.

¿Qué implicaba el Fiat de María en la hora de la Anunciación? ¿Tiene que ver con su presencia en la Semana Santa? María se turba, no acaba de comprender, tiene dificultades para cumplir la misión que el ángel viene a sugerirle de parte de Dios; pero ella se fía.

La Anunciación es la vocación de María en los evangelios; como los relatos de vocación de los antiguos profetas. María es llamada por Dios para ser madre de su Hijo, para engendrar al Mesías. Dios llama y su criatura responde, con toda libertad.

¿Hasta dónde llega la maternidad de María ante el Hijo de Dios? En Nazaret, parece que nada enturbia la luz de la promesa. Pero muy pocos días después, cuarenta, en el templo de Jerusalén, María recibe una profecía de dolor por parte de Simeón: “Una espada te atravesará el alma”.

La encarnación del Hijo de Dios no se reduce al entrañable nacimiento en Belén: es camino humano largo y esforzado; hacerse carne es crecer, aprender a vivir, experimentar el tiempo. La maternidad de María, por ello, tampoco se reduce a los meses de gestación, o a los ocultos años de educación en Nazaret. La maternidad llega hasta el final. La maternidad se ha convertido en seguimiento: ella es la primera discípula.

Por eso, al final de todo, María se mantiene firme a los pies de la cruz de su hijo. Desde la primera hora hasta la última, con la misma actitud: “Fiat”.

En el Calvario se está cumpliendo la simbología del sacrificio de Isaac. Ahora, Dios Padre es Abraham que sacrifica a su Hijo por todos nosotros; al único, al Hijo querido. No hay carnero que libre de la muerte al hijo primogénito.

El protagonismo del Padre en la entrega de su Hijo está representado en la presencia de la Madre a los pies de la cruz. Jesús es Dios porque es Hijo del Padre; Jesús es hombre porque es hijo de María. En su entrega libre, el Padre y la Madre están presentes, y el Hijo les habla a los dos: – “Todo está cumplido”, la misión se ha realizado, hasta el final. – “Mujer, ahí tienes a tu hijo”: la misión cumplida del Hijo genera una nueva tarea para la Madre: acoger a la Iglesia, extender su maternidad a todos los creyentes.

La vocación de María llega hasta la cruz y más allá de ella. Llegará, incluso, más allá del mismo final de su vida: seguirá siendo nueva Eva, junto al Hijo, en la gloria de los cielos. La vocación de María no es un encuentro fugaz con la gracia de Dios, sino la configuración de su vida para toda la eternidad. María le entregó la vida a Dios del todo, le entregó su cuerpo virginal, su futuro, toda su persona.

En la película El Señor de los Anillos, al final, el Portador del Anillo, Frodo, no puede con su misión; Sam, su compañero y amigo, no lo sustituye: carga con él para que el elegido pueda llevar hasta el final su tarea. Muchas vocaciones son esto mismo: acompañamiento, esfuerzo para hacer posible la misión de los demás.

María ha sido la gran compañera del gran Misionero. Ella ha estado ahí siempre y ha hecho posible que Jesús lleve a cabo su tarea. Ha estado allí, incluso, antes: su libertad precede y hace posible la encarnación del Hijo.

Existe un paralelismo entre las palabras de María en Nazaret y las de Jesús en Getsemaní: “¡Hágase!” dicen ambos a Dios. “Hágase en mí según tu palabra” respondió la mujer al enviado de Dios. “Hágase tu voluntad” le dice el Hijo al Padre en la hora del amor más grande y difícil.

El Fiat de María ha precedido el Fiat definitivo de Jesús. Su “sí” de criatura ha hecho posible el “sí” del Dios humanado que nos salva. ¡Qué grande es Dios que se fija en los pequeños y cuenta con ellos para sembrar la salvación!

Solo Dios salva, pero quiere compañeros de su camino de gracia: María es la primera. Con ella, todos nosotros somos invitados a tener una vocación al lado de la vocación del Hijo; todos estamos llamados a responder con libertad al Dios que reparte tareas y nos ama; responder hasta el final, implicando hasta el fondo nuestra libertad y configurando nuestro futuro desde su llamada.

¡Cuántos son los creyentes que responden de forma superficial y pasajera al Maestro! ¡Cuántas devociones sentidas que tienen fecha de caducidad! María nos enseña a responder del todo, a llegar hasta el final.

Es lo que queremos aprender en esta Semana que es Santa.

Manuel Pérez Tendero