El día ocho de diciembre marca el tiempo de un embarazo con respecto al día ocho de septiembre del año próximo. En septiembre, la Iglesia ha celebrado desde antiguo el día del nacimiento de María de Nazaret; por ello, el ocho de diciembre se celebra el día de su concepción, del comienzo de su vida en el seno de su madre, Ana.
A esta concepción le ponemos un adjetivo en latín, “in-maculada”, sin mancha, sin pecado. De esta forma, la Iglesia proclama una de sus verdades más profundas: María es la mujer sin pecado desde siempre, desde antes de nacer, desde su misma concepción. Ella no puede decir, con el Salmo cincuenta, “en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”. Además de su falta de pecado personal, la Iglesia quiere insistir en la concepción inmaculada para decir que María tampoco participó del pecado original con el que todos venimos al mundo.
Ha costado mucho comprender correctamente este dogma de la Iglesia católica, por eso ha tardado tanto tiempo en proclamarse de forma solemne y definitiva. María ha sido también redimida por Jesús de Nazaret, pero antes de pecar.
Es igualmente importante comprender el sentido de esta verdad que, como todos los demás dogmas, tiene que ver con la esencia de nuestra fe: Jesucristo y el misterio del hombre.
En la Inmaculada Concepción celebramos, ante todo, no un “privilegio” de María, sino una condición de posibilidad de su misión. Dios le iba a proponer a esta mujer de Nazaret ser la madre de su Hijo, colaborar con su respuesta a la redención de los hombres; para que esta respuesta fuera plena, sin titubeos, María debía ser completamente libre: de ahí su falta de pecado. El pecado siempre nos condiciona: cuanto más vencemos el pecado, más libres somos; cuanto más ejercemos la libertad, más podemos vencer toda tentación.
En esta festividad de la libertad de la mujer, de la libertad del ser humano que le responde a Dios de forma limpia y definitiva, celebra la Iglesia española este año el Día del Seminario.
No es difícil relacionar el sentido de la fiesta con el misterio de la vocación. María es la primera vocación del cristianismo. Por lo tanto, ella es ayuda y modelo para toda vocación. Lo es, sobre todo, en el tema de la libertad.
¿Cuál es la causa de la disminución de vocaciones en nuestra época? ¿No tendrá que ver con nuestra falta de libertad, con nuestras dependencias del pecado? Estamos atados a muchas cosas, también a aquellas que criticamos pero de las que no queremos desprendernos.
Creo que muchos jóvenes experimentan una voz profunda que les llama a replantearse la vida desde la verdad de su fe; pero, como saben que eso les exigirá conversión y decisión, libertad responsable, prefieren no escuchar del todo, no afrontar el dilema de la vocación, la propuesta de entregar la vida. Prefieren acallar la voz para no tener que decir no. Prefieren, en el fondo, no tener que ejercer su libertad.
Sucede lo mismo con la dinámica de la fe: creo que mucha gente sabe que el Evangelio es palabra sabia y verdadera que nos llena la vida; pero, como tendrían que cambiar de vida y ejercer una libertad difícil, prefiern no escuchar, prefieren difamar al mensajero, a la Iglesia, para no tener que afrontar el mensaje.
Conozco también a jóvenes que han iniciado un precioso camino de vocación; en muchos casos, la ilusión del inicio no se ha sostenido con el tiempo. Cuando la voluntad tiene que colaborar con el afecto, cuando la decisión y la libertad tienen que acompañar el gusto, muchos se echan para atrás.
También Israel prefería la esclavitud de Egipto, con comida abundante, a la libertad del desierto.
El triunfo de la libertad va unido con el triunfo de la vocación. María es la mejor patrona de la libertad humana, de la osadía joven que nos hace romper todo tipo de cadenas para amar de forma definitiva.
Manuel Pérez Tendero