Hacia el Domingo…13 de diciembre de 2020: «¿»BUENA MUERTE»?

Creo que el virus más dañino de la historia de la humanidad ha sido el dolor.  Como los demás virus, es un parásito, que no existe sin un portador; además, afecta a todas las dimensiones de la persona, a todo su cuerpo y a su propio ser más íntimo. Como en todos los virus, a algunos les afecta más que a otros y tiene consecuencias diversas según las defensas y el estado de salud de la persona que lo sufre.

Hace muchos siglos, en Oriente, se inventó una vacuna que ha tenido cierta eficacia en algunos: el nirvana del maestro Buda. Se buscó el origen del problema y se intentó erradicar desde ahí, desde la base: la causa del dolor estaría en el deseo del hombre; por tanto, para eliminar el dolor se debe eliminar el deseo. Si fuéramos capaces de superar nuestros deseos, si pudiéramos unirnos a la fuerza del universo en su fluir sereno, el dolor desaparecería de nuestros cuerpos y espíritus.

La historia de la ciencia y de la medicina no ha sido, en el fondo, sino un intento de paliar los efectos de este virus, ya que no se puede acabar del todo con él. El mundo en general y la familia en particular, también los amigos, son un gran hospital en el que siempre se está luchando contra esta enfermedad. Todos somos médicos y enfermeros de este virus, todos merecemos ese aplauso que, alguna vez, nos sale del alma, agradecido, porque hay gente que siempre lo merece.

Cuando el portador del virus es un animal, no tenemos problema en sacrificar a ese animal para que no nos transmita la enfermedad; es más, también lo hacemos por su bien, para evitarle sufrimientos. Esto, en principio, también sería posible con el ser humano, pero, gracias a Dios, la mayoría de la humanidad lo consideraría una locura. “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Parecería que, a los parásitos, solo se les puede eliminar acabando con los portadores.

Creo que en esta dirección camina nuestra sociedad desde hace mucho tiempo: cuando no vemos otra solución para acabar con el virus del sufrimiento, lo mejor es acabar con su portador: la muerte como “solución final” a los problemas del hombre. ¿Merece la pena vivir cargando con el dolor? ¿Cuánto tiempo y cuánta intensidad de dolor son soportables para una persona? ¿Dónde está el límite para decir que ya “no merece la pena vivir”?

Es más, si tuviéramos la ciencia suficiente para adivinar el futuro, podríamos acabar con el sufrimiento antes de nacer: todos los posibles candidatos a experimentar un dolor que sobrepasara los límites podrían ser eliminados antes de venir al mundo. Estaríamos construyendo, de esta manera, un “mundo sin dolor”, o mejor, un mundo de “inmunes al dolor”.

En el fondo, se trata de llevar hasta la exageración inhumana la propuesta de Buda. El sabio oriental proponía un esfuerzo personal para eliminar el deseo; los ideólogos de nuestra sociedad, en cambio, proponen facilitar a todos la eliminación del mismo “deseante”. Siempre, claro está, por el bien de la persona eliminada.

Otras tradiciones y culturas, muy diferentes, han visto en el dolor un reto: para pensar, para ayudar, para desarrollar la medicina, para la solidaridad, para la superación. El débil y el que sufre no deben ser eliminados, sino acompañados y sanados. Es más, en algunos textos se llega a decir que el dolor, alguna vez, aunque no buscado ni deseado, puede ser pedagogía de humanidad: “Me vino bien el sufrir” dice algún Salmo de la Biblia; Jesús, “aun siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer” dice el Nuevo Testamento. También los griegos hablan del “pathos-mathos”: el sufrimiento puede ser también pedagógico.

El próximo miércoles, los obispos de España nos invitan a rezar y a ayunar para defender a la persona frente a la nueva ley de eutanasia. Seguiremos luchando contra todos los virus, del cuerpo y del alma, pero defendiendo al portador: sanar es el camino.

Manuel Pérez Tendero