Hacia el Domingo 22 de Julio de 2018…»POETAS DE DIOS»

El Salmo del Pastor: de nuevo volverá a escucharse este domingo en nuestras asambleas parroquiales. Probablemente, es el Salmo de la Biblia más conocido y rezado a lo largo de la historia. También en el cine hace su aparición; recuerdo, en este instante, dos películas –una antigua y otra más reciente– en donde aparece recitado: El hombre elefante y 2012.

No es casual que sea tan conocido, el Salmo lo merece. Es, seguramente, en toda su brevedad, el Salmo más intenso, profundo y bello de toda la Biblia. La imagen del pastor es tan conocida que ha ocultado una segunda imagen que aparece en el poema: Dios como anfitrión.

Del pastor-que-guía-por-el-camino pasamos al anfitrión-que-pone-la-mesa, acogiendo en su casa a aquel que llega cansado del camino y, probablemente, perseguido por sus enemigos. Las grandes potencialidades de la imagen poética están en que es una “metáfora de metáforas”, acoge en sí muchas posibilidades, un horizonte de sentido y aplicación.

La imagen del pastor nos lleva a hablar de pastos verdes donde se descansa, de fuentes tranquilas que dan quietud al creyente. Después, se habla de las cañadas que se deben recorrer: son seguras, porque el pastor conoce bien los caminos del rebaño: él mismo los ha recorrido con las ovejas, no dirige la grey desde una comodidad lejana, ni a través de ningún capataz.

La imagen de las cañadas seguras, más adelante, da paso a la imagen de los valles tenebrosos: también hay lugares difíciles por los que el rebaño debe pasar; la vida está habitada también por momentos oscuros donde no se atisban horizontes. En esos momentos, el creyente-oveja se siente también seguro y sin temor. ¿La  causa? La presencia del pastor, con una nueva doble metáfora: la vara y el cayado. Posiblemente, se está pensando en el sonido –el valle está oscuro– del cayado del pastor según camina: al escucharlos, el rebaño se siente tranquilo. “Tú vas conmigo” es el corazón del Salmo y la expresión más densa de la espiritualidad de estos versos.

Por eso reza el salmista, como expresión de su conciencia de sentirse acompañado, y también como petición y memoria para saber que esa compañía no cesa nunca, menos aún en los momentos de tiniebla y en los valles sin salida.

Dentro de la imagen del pastor, por lo tanto, vemos una inmensa cantidad de metáforas que sirven para expresar los momentos de la vida y los sentimientos del creyente.

Lo mismo sucede con la segunda imagen: el anfitrión. Dentro de esta imagen surgen nuevas metáforas que abren horizontes de interpretación y aplicación para quien sabe saborear el Salmo despacio y lo repite en su interior.

En la casa del anfitrión hay una mesa. En ella hay una copa que rebosa: bella forma de expresar la abundancia de la alegría y el descanso que el dueño ofrece al recién llegado. Pero hay más: también perfume, ungüento, aceite que relaja y da buen olor. Todos los sentidos se dan cita en la poesía: desde el verdor de la hierba hasta el olor del perfume, con el sonido del cayado y el sabor de la copa.

La mesa no es solo alimento: también seguridad, o reconciliación: el huésped se siente seguro frente a sus enemigos.

Al final, las metáforas dan paso a la realidad: el salmista se sabe acompañado de bondad y amor. La mesa, la casa, ya no son una mera imagen: es la casa de Dios, el templo, su presencia. Por eso, el Salmo termina con una especie de puntos suspensivos, con una pretensión de alargar este presente acompañado, dichoso, para siempre.

¿Cuánta gente habrá rezado a lo largo de la historia con estas palabras? ¿Cuántos habrán encontrado en estas imágenes fuerza y consuelo para sus caminos difíciles? Damos gracias a Dios por los poetas: ellos saben poner palabra a nuestra alma y abren horizontes a nuestros sentimientos. Damos gracias por este fecundo Salmo, que seguirá produciendo sus frutos “un sinfín de días”.

Manuel Pérez Tendero