Hacia el Domingo…24 de junio de 2018: «DESDE EL SENO MATERNO»

“Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. Así expresa Isaías la esencia de su vocación. Otro profeta, Jeremías, también dice palabras semejantes: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles”. Un poeta que no fue profeta, pero nos prestó sus palabras para orar en los Salmos, tiene una experiencia parecida: “Tú has creado mis entrañas –le reza a Dios–, me has tejido en el seno materno, porque son admirables tus obras”.

Siglos después, también otro profeta se revuelve en el seno materno y salta de alegría porque intuye la presencia de Dios: es Juan Bautista, en el seno de su madre Isabel, ante la llegada de María embarazada de Jesús.

¿Qué tendrá el vientre materno para ser testigo de tan cruciales momentos? En el fondo, la medicina moderna no ha hecho sino corroborar la importancia de esta etapa fundamental y fundante de nuestras vidas: los meses que pasamos, antes de nacer, en el seno de nuestras madres.

El ser humano es siempre potencia, camino, crecimiento, vida que necesita de los otros; y lo es, ante todo, en sus orígenes, en los primeros momentos de su paso por este mundo.

Para el rey David, el seno materno expresa su condición pecadora desde la raíz: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”.

El mismo san Pablo, utilizando las palabras de Isaías y Jeremías, también expresa su vocación como nacida en el seno materno, aunque él fuera consciente de esa llamada muchos años después, cuando se acercaba a Damasco persiguiendo a los discípulos de Jesús.

Quizá el fariseo de Tarso expresó como nadie esta verdad de la conversión: la mayoría de nosotros andamos errando por un camino que no es nuestro; es posible que, algún día, cierta caída nos devuelva a la verdad de nuestro origen y nos ofrezca la oportunidad de llegar a ser lo que Dios sembró en nosotros antes de que fuéramos conscientes, cuando solo éramos amor recibido, pura promesa.

Cuando Jesús conversaba con otro fariseo, Nicodemo, le habló precisamente de esto, de regresar conscientemente al seno materno para volver a nacer. Se refería al bautismo cristiano, a la conversión al Dios de Jesús como un verdadero re-nacimiento.

Escuchando todos estos testimonios bíblicos, no nos extraña la importancia que tiene para la religiosidad judeo-cristiana el seno materno: es verdadero lugar sagrado, donde suceden grandes misterios de la vida de la persona. También en esto la fe se hace profundamente humana: nos empuja a custodiar uno de los lugares más hermosos y significativos del hombre, tal vez el más entrañable, ciertamente el más frágil.

Hace tiempo, fueron nuestros hermanos, los profetas, quienes vivieron el seno materno como lugar de escucha y vocación. Ayer, también nosotros tuvimos la suerte de haber sido modelados por la Vida en el seno de nuestras benditas madres. Hoy, cerca de nosotros, son muchos menos los que habitan el interior materno de la mujer; pero siguen siendo numerosos los que vienen al mundo y pasan por esa etapa preciosa y débil del seno de la madre.

San Juan Bautista, en los comienzos del verano, es abogado de este misterio tan humano y tan divino. Él quiere ser custodio de aquellos que sienten y escuchan en el silencio de sus primeros pasos por la vida. Como él, los quiere alegres, felices, saltarines, porque intuyen que llega la luz, porque saben que sus madres los están conduciendo al encuentro de la vida; porque, también para ellos, la mujer de Nazaret se acercará con el mismo Dios que se ha hecho débil y frágil en el seno de la vida. La Verdad, la Luz, la misma Vida, se hizo feto, como nosotros, y se dejó forjar por el frágil latido del amor de una madre.

Manuel Pérez Tendero