Hacia el Domingo…4 de marzo de 2018: «RENOVAR LOS TEMPLOS»

Las palabras son insuficientes. Jesús de Nazaret, como los antiguos profetas, vino a realizar su misión, no solo con su predicación oral, sino con sus gestos y con toda su vida, hasta la última entrega en el Calvario, gesto definitivo que nos revela su condición de Hijo.

Uno de los gestos proféticos más llamativos que Jesús realizó fue la expulsión del templo de los vendedores de animales y los cambistas. Lo han conservado todos los evangelios y tuvo que ver, seguramente, con la condena a muerte de Jesús.

Este gesto no es sino la dramatización simbólica, en el corazón religioso de Israel, de todo el mensaje de Jesús: sus críticas a los fariseos, su nueva interpretación de las leyes de Moisés, su actitud ante el sábado, el misterio de sus parábolas, su cercanía hacia los pecadores y cuantos se encontraban fuera de la ley,…

Con Jesús, llega la purificación definitiva de la religiosidad del pueblo elegido. Si alguien debe purificar sus creencias son los que están dentro, no los que no las tienen. Lo dice también san Pedro aplicándolo a la Iglesia: “La purificación comienza por la casa de Dios”, por el templo y quienes lo frecuentan.

Debido a esta dimensión profética de su misión, Jesús fue rechazado por su propio pueblo, sobre todo por las personas más religiosas y cumplidoras, simbolizadas por los fariseos.

¿Hoy también sigue siendo necesaria esa purificación, o terminó en el tiempo de Jesús? ¿Solamente el judaísmo del siglo primero y la primitiva Iglesia necesitaban convertir su religiosidad, o también nosotros?

Podemos tener la tentación de pensar que, por ser religiosos, no va dirigida a nosotros la palabra de conversión pronunciada por los profetas. Es justamente lo contrario: cuanto más dentro, más necesitados de cambio, de renovación, de vuelta a los orígenes. Es muy fácil, también en la religión, que la rutina y el tiempo nos empujen con su inercia y confundamos como voluntad de Dios lo que es solo fruto de nuestras tradiciones y gustos.

¿Qué dimensiones tendría que cambiar hoy Jesús en sus templos? ¿Qué debería ser expulsado de la casa de Dios? Ayer y hoy existen realidades que no son compatibles con el Padre de Jesucristo.

La Cuaresma es tiempo propicio para limpiar la casa y renovar costumbres. A menudo, da la impresión de suceder lo contrario: la Cuaresma como tiempo para preparar lo de siempre y para introducir costumbres que son nuestras y poco tienen que ver con el Evangelio.

¿Nos hemos preguntado si a Jesús le gusta lo que a nosotros nos gusta? ¿Nos hemos preguntado si los sacrificios que ofrecemos son gratos a Dios? El Antiguo Testamento está lleno de textos donde los profetas critican los sacrificios y las costumbres religiosas de los judíos porque no pretenden agradar a Dios, sino justificar a los que sacrifican.

¿Tiene Dios los mismos gustos que nosotros? ¿Son sus costumbres las nuestras? Según el profeta Isaías, más bien no.

Si alguien hiciera o dijera algo parecido a lo que los profetas criticaron y Jesús dijo en su tiempo, ¿no sería también rechazado y criticado? Si alguien pusiera en duda nuestras rutinas religiosas, ¿sería aceptado o se repetiría la historia?

¿Cómo podremos saber la voluntad de Dios, sus gustos, los ritos que a él le complacen? ¿Cómo podremos confrontar nuestras costumbres, todos los actos que preparamos y los esfuerzos en los que nos afanamos?

Tenemos escrita su Palabra en nuestras Biblias: ¿Es bíblica nuestra Cuaresma y todas nuestras costumbres? ¿Celebraremos la Semana Santa “según el corazón de Dios”? La expulsión de los vendedores del templo es un interrogante claro que hace posible nuestra renovación.

Manuel Pérez Tendero