Al comienzo de los tiempos, cuando Dios crea al varón y a la mujer como culminación de su obra, les da como alimento todos los frutos que produce la tierra. Desde el principio, toda la dignidad del hombre aparece unida a su dependencia, a la necesidad de alimentarse. Comer, respirar, oír,… los sentidos son como una muestra de que recibimos la vida de afuera hacia dentro. Somos las proteínas que comemos, nos mueve el aire que respiramos; somos consumidores de vida, necesitados del exterior. También el alma vive de aquello que le viene de fuera: la belleza de la música, las historias de la literatura, los interrogantes de la filosofía, el cariño de aquellos que nos miran y nos cuidan.
A fuer de tenerlo tan a mano, parece que hemos olvidado la condición radicalmente dependiente de nuestra existencia.
Desde el origen, el Creador aparece como aquel que nos alimenta. La necesidad de las cosas es un signo de la necesidad que tenemos de Dios.
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